América Latina fue, durante los 80 centro de «inversión» para múltiples fundaciones extranjeras a través de las ONGs que se fueron creando en varios países. La represión política durante las dictaduras, la pobreza creciente, problemas sociales, etc., señalaban una «necesidad»: la de dar asistencia de diversas maneras a sectores muy amplios de la población que se vieron «marginados» (1) de las políticas oficiales. El procedimiento de fundación fue claro: un equipo de personas, en general de técnicos en algo, elaboraban un proyecto asistencial dirigido a determinado sector social indicado como «privilegiado», se constituían en una ONG y solicitaban financiamiento a asociaciones y fundaciones fundamentalmente europeas, aunque también norteamericanas y/o locales.
Si el proyecto era aprobado, recibían los fondos solicitados durante el plazo convenido y se podían poner a trabajar. Finalizado el plazo, un informe detallado tanto de acciones como de gastos, y luego de dificultosas negociaciones, se podía abrir la puerta a una nueva «contratación» por otro período. De hecho, a través de ese sistema se pudieron realizar en América Latina proyectos bastante novedosos y «beneficiar» a sectores más o menos extensos de la población. Frente a la ruptura primero y luego destrucción del muro de Berlín y ante la angustiante situación para los europeos de ver las «necesidades» de sus vecinos (realidad amenazante, emigración masiva con su efecto xenófobo) dichos fondos se han ido canalizando a nuevos destinos, lo que hace que América Latina ya no sea más el lugar «privilegiado» para que las ONG continúen siendo financiadas. Se agrega a lo anterior un matiz político que es el «retorno» a la democracia de algunos países, que supuestamente haría innecesaria la «ayuda», vale decir, los gobiernos ahora elegidos «democraticamente» en tanto representantes de la población, deberían asumir a su vez la cobertura de muchas de las acciones que las ONG habían estado realizando. En todo caso, las democracias «tuteladas» como se las llama en algunos espacios – al ser su desarrollo vigilado por los mandos militares – tienen un importante papel que jugar por su «representabilidad»; ya que para los sectores europeos que respaldan las ONG la presencia militar no es un elemento discriminador suficiente: la democracia progresa.
Es cierto que aquí se cuela una determinada ideología que partiendo de la categoría de «población en riesgo» edifica toda una postura de «asistencia» social por cuanto hay un riesgo – debe entenderse de vida – suscitado por una marginalidad generada por las políticas oficiales represivas justificadas por la necesidad de introducir el neoliberalismo a ultranza. Es decir, el riesgo aparece señalado en el sector salud, educación, trabajo básicamente, inscribiéndose claramente en una problemática de tipo social.
Pero da la casualidad de que a ese riesgo subyace otro de tipo político – que no se menciona – y que termina orientando las políticas más generales de estos grupos. El «riesgo» de que el incremento de población marginada culmine en una serie de importantes movimientos sociales que unificados políticamente pongan en tela de juicio la permanencia del sistema neoliberal, que los mismos militares implantaron en América Latina en la década de los 70 y que cuidan ahora desde bastidores. Y este doble nivel entre el riesgo social y el riesgo político es el que define las políticas de las fundaciones que respaldan las ONG, ya que son los gobiernos de esos países europeos los que terminaron manifestando su reconocimiento de los regímenes militares y luego favorecieron el surgimiento de las ONG casualmente para «sostener» de algún modo acciones que el modelo neoliberal en lo político dice haber abandonado. Se trata del doble juego del capitalismo – tan conocido y tan sentido – que parcha con acciones aquellos puntos débiles inoculando, por la naturaleza de la estructura misma que transmite, una suerte de parálisis en las instituciones, como otra forma más de control social y político.
Dicho de otro modo, las ONG se constituyen en un lugar sintomático que aparece en lo manifiesto como una ayuda útil, planificada, armónica e interesada en el hombre, su crecimiiento y desarrollo . Por otro, en tanto adoptan el modelo de la beneficencia, estructura a las instituciones según dicha ideología, en la cual, como dice el dicho popular «a caballo regalado no se le miran los dientes», y entonces todos en la institución terminan operando – de uno u otro modo – según el modelo de la beneficencia impuesto.La estructura base de todo ésto pasa por el trasfondo de hurto y explotación que desde el «descubrimiento de América», Europa primero y los EE.UU. después han sometido a Latinoamérica y al resto del Tercer mundo. Explotación de las riquezas naturales, políticas colonialistas, mano de obra barata, esclavitud, invasión, etc., a partir de los intereses del capital materializado en la penetración de las transnacionales. Así se puede hablar de un lugar de víctimas donde se ha colocado a Latinoamérica. Este aspecto estructural constituye a nuestro juicio un mecanismo de control social, ya que ata de manos a los técnicos, soportes en actitudes paternalistas y de autoexigencia culposa que los obliga a dar más de lo convenido porque «como hay otros que ponen el dinero, yo tengo que, al menos, poner el trabajo». (2)
Este modelo, no debe dejar de generar sus efectos en la «población en riesgo», en la cual habría que incluir a los «técnicos en riesgo» que son aquellos que a su vez laboran en la ONG. Porque en todo caso, las fundaciones extranjeras no dejan de generar «fuentes de trabajo»: esa es la ilusión que a su vez venden. Al mismo tiempo la relación del técnico con el «cliente» es transmisora – como de manera subliminal – de este tipo de implícito que no dejará de condicionar de varios modos aquello que se recibe tan bondadosamente.
Pero lo más grave, a mi juicio, está en que el modelo de ONG, en tanto estructurado sobre un sistema financiero de beneficencia, no habilita para pasar a otro modelo pretendidamente autogestionado. He aquí lo peligroso. Y no habilita porque la subjetividad de la beneficencia implica un compromiso culposo que impide muchas veces pensar las cosas de otro modo, vale decir, rompiendo con la beneficencia y renunciando al lugar de víctimas. Plantearse la necesidad de trabajar (autogenerar grupalmente sus propias fuentes de trabajo) se opone a la autoimagen idealizada de la «ayuda» que es necesario prestar a la «población en riesgo», con la cual los técnicos se identifican. En todo caso, resulta claro que «la ayuda» debe poder cambiar de lugar» : debe poder pasar del lugar de meta al lugar de efecto: sólo podré ayudar al otro si puedo hacer algo por mí. El otro será el efecto de mi capacidad de hacer cosas, producir, trabajar y no podrá ser el objeto de mi proyecto. Pero este cambio es enormemente resistido ya que supone diversos procesos de elaboración a saber:
– renuncia al paternalismo de la beneficiencia que por su propia naturaleza estructura y condiciona la acción de trabajar como ayuda.
– renuncia al lugar del «dador» de «ayuda» a otros.
– análisis de las condiciones objetivas del trabajo que se realiza, para pensar la «productividad» según las determinaciones capitalistas.
– renuncia a una cierta mezcla ideológica entre trabajo y militancia en la cual trabajar y cobrar por él, está mal visto (en determinada «ideología» socialista) y como la militancia no se cobra, se confunde automáticamente a la militancia con la beneficencia y la solidaridad.
– renuncia al lugar de víctima (social y política) y a los enormes beneficios – como los beneficios secundarios del síntoma – que ser víctima implica.
Una interrogante que me inquieta durante estas reflexiones se centra en las determinaciones de las ONGs en los dos períodos en que se hace referencia: Si bien surgen durante los gobiernos de facto, se adecúan para permanecer durante los gobiernos «democráticos». Pero mientras bajo los gobiernos militares contituyeron búsquedas autogestionadas colectivas de trabajo (ante la enorme desocupación generada por el «ajuste» del modelo socioeconómico) para responder a las amplias necesidades sociales de ayuda, y hasta con pretensiones de lograr un poder popular paralelo, en tiempos actuales se han convertido en pequeñas empresas del sistema, perdiendo buena parte de su finalidad política y sobreviviendo gracias a la habilidad para «ganar» licitaciones. En suma, muchas se han constituído en consultoras paraestatales. Es decir, ¿qué ha sucedido con este proceso de institucionalización?
En todo caso, habría que discutir la relación entre la víctima de una acción – la que a su vez está fechada como hecho social – y el imaginario que implica sentirse víctima – que alude a una permanencia en un determinado lugar social, que demanda una y otra vez por una «reparación» a todas luces imposible. Hegel en la dialéctica entre el amo y el esclavo había analizado este tipo de relación. En el caso que nos ocupa, es indudable que vivirse como víctima es vivirse como esclavo: es hacerse cargo del deseo del amo. La víctima tiende a eternizarse en el sentirse víctima utilizando para ello buena parte de su energía y abandonando otras posibilidades más creativas y ricas de realización.
En un análisis estratégico habría que pensar también que las ONG cuentan en su haber con una honda experiencia en la elaboración de proyectos viables (¿autogestionados?) y con un bagaje de experiencia de negociación nada despreciable, si han podido sortear los requisitos de las «normas de calidad» de los europeos…
La estructrura de la beneficencia
La beneficencia es un beneficio que se comparte; en todo caso, es un excedente que se distribuye lo que no solamente no pone en peligro el ingreso del benefactor sino que además por contaminación de esa ideología religiosa de «dar a los pobres», provee al benefactor de un beneficio adicional, es decir, saca nuevo beneficio del beneficio ya sea porque de ese modo accede – en el más allá – a un estatus diferente – ya porque – en el más acá – recibe reconocimientos sociales por sus acciones e incluso, como sucede en muchos países, las donaciones son deducibles de impuestos.
Como donación, se trata de un regalo que como tal debe ser aceptado, no hay negociación ni condiciones, así es: o se lo rechaza de plano o se lo acepta sin peros. Ahora bien, el regalo no deja de generar una situación particular en la relación humana, una situación de desigualdad ya que alguien da sin recibir – al menos de manera directa -del otro que resulta beneficiado. Es extraño pero en los pueblos amazónicos caracterizados por algunos como «primitivos» las normas son muy otras. Clastres comenta: «Todos los que quieren alguna cosa la consiguen, en la medida de nuestras posibilidades, y siempre a cambio de otra cosa : puntas de flecha, (…). Los Yanomani entre ellos jamás dan algo sin nada a cambio, por lo que conviene hacer lo mismo» (3).
¿Sabiduría del «primitivo»? No se, pero sí me parece significativo que en las sociedades «primitivas» no hay desigualdades, en todo caso, se cuidan muy bien de no fomentarlas.
Ahora bien, la beneficencia tiene un sentido particular ya que se constituye por su intensión manifiesta en una «ayuda». Pero da la casualidad de que la ayuda se opone al trabajo, el que queda opacado por esta donación. ¿Ostentación de la ayuda? No es necesaria; el propio acto de la donación estructura la relación, poniéndo en juego una particular diáléctica del poder, a saber:
El donante apela a un acto de profundo agradecimiento eterno por lo que su poder se instala en un lugar donde ignorarlo implica una condena moral. Pero el que trabaja con la donación es el otro, sin embargo, su proyecto queda eclipsado ya que todo lo producido remite al patrimonio del benefactor. Es como que el trabajo ya no les pertenece a sus dueños, todo fue posible a partir de la donación. Pero puede darse el caso de que el receptor genere algo de tal importancia que adquiera más renombre, reconocimiento, poder, en suma, que el benefactor y entonces pueda pretender tiranizar al benefactor con nuevas donaciones, so pena de denunciar su tacañería. Esto último subsiste en el nivel de lo imaginario (en las fundaciones), se explicita en más de una oportunidad en las relaciones con los especialistas.
Si la beneficencia genera una situación desigual, es evidente que el que ha recibido se encuentra en una posición bien incómoda, hasta podríamos decir que debe inhibir su rabia por no poder denunciar la desigualdad ya que entonces se hace acreedor de una sanción; en última instancia debe renunciar a la «ayuda». Si acepta, ésto no puede dejar de generar efectos. Pero además, como el trabajo ha sido desvalorizado en favor de la «ayuda», su trabajo aunque sea remunerado no alcanza a pagar «la bondad» del donante. Solamente se puede equilibrar la situación si el beneficiado reproduce en algún otro este modelo de «donación». Peligrosa situación donde la estructura genera mecanismos para su reproducción y perpetuación.
Debemos agregar un detalle muy significativo que tiene que ver con la escala social: La donación parte de las clases o sectores más pudientes, que inciden a través de los técnicos (sectores medios) los que a su vez operan sobre la «población en riesgo»(clases pauperizadas y proletarias), los que a su vez actúan … La diferencia tiende a acrecentarse. Esto hace que aunque se reproduzca el modelo, siempre se está en falta ya no se alcanzará a igualar la desigualdad creada: nuevos montos de insatisfacción, ansiedad y agresión. Lo más grave es la situación de inhibición de la agresión: no se puede «morderle la mano a quien da de comer», los sujetos en este lugar no pueden expresar su rabia.
Sostengo que la situación de beneficiencia opera como un doble vínculo – según lo establecido por la Escuela de Palo Alto – ya que denunciar el modelo y salirse del campo es quedarse sin la donación, sin el trabajo. Pero entonces, cuando se la acepta, se está atado a una estructura donde si bien se puede hacer, en lo manifiesto, lo que se quiere, en los hechos no se puede hacer más que lo contrario: reproducir una y otra vez la estructura impuesta. El cometido es «ayudar» desinteresadamente y sin embargo lo que se propone por medio de la estructura es una violencia, que se vehiculiza a través de una «ayuda» condicionada.
En realidad, es conveniente no ser tan ingenuo y atreverse a ver que las ONGs han pasado a ocupar un lugar similar a aquel que han cumplido los institutos de investigación de universidades o centros estatales en otras épocas. Se ha generado un lugar mejor camuflado para que pueda cumplir los cometidos que se persiguen. Es evidente que los costos de mano de obra son en el Tercer Mundo mucho más reducidos que en el Primer Mundo. Por ello, realizar una investigación sistemática en el Tercer Mundo resulta en un ahorro considerable de recursos. Cuando otrora diversas instituciones públicas y privadas aprobaban proyectos de investigación de institutos , por ejemplo de universidades reconocidas, no hacían otra cosa más que enfatizar la necesidad del capitalismo de arribar a una mayor eficiencia – siempre económica -, sobre todo cuando nuestras universidades mantienen a pesar de todo un buen nivel en la formación de técnicos e investigadores.
A nuestro juicio, el fenómeno acaecido con las ONGs es similar al descrito, en el sentido de que dichas donaciones adoptan la cara de «encomiendas» de «encargos» de investigación de temas que resultan interesantes a la metrópolis. No importa si ello debe ir revestido de un manto asistencial , educativo, desarrollo comunitario, o incluso autogestión popular, etc. Los informes que obligadamente hay que realizar deberán dar cuenta de los detalles que no dejarán de ser estudiados minuciosamente por los «interesados» de turno.
Para aquellos que requieren consuelo, es bueno recordar que por el tan mentado fenómeno de la autonomía relativa, es posible que algunos clientes puedan aprovechar de otro modo dicha ayuda, generando efectos discímiles de imprevisibles consecuencias.
Notas:
(*) Trabajo a publicarse en Revista PRAXIS Nº 4, UDP, Antiago de Chile, 2002 (en prensa)
(1) El término «marginación» resulta una noción equívoca ya que alude simultáneamente a diversos procesos y lugares de los más dispares. Si bien no se pretende realizar un análisis exhaustivo de sus sentidos, creo que vale la pena deslindar algunos de manera breve:
– En primer lugar hay que decir que marginal viene de margen, o sea que la noción hace a una cierta ubicación, a una topología, a un cierto lugar respecto a otro que sería el centro. Claro está, las anotaciones » al margen» , por su lugar, resaltan más que lo que está en el centro: llaman la atención.
– Jurídicamente apunta a estar » al margen de la ley» lo que constituye un contrasentido ya que los primeros que se marginaron fueron los movimientos golpistas. Pero como el que tiene el poder es el que dicta las normas, «marginado» en América Latina nombra a aquellos individuos que configuran los perseguidos políticos por «atentar» contra el régimen establecido, aunque sea «de facto» .
– Ideológicamente, marginados son aquellos que no participan de la ideología oficial y que promueven ideas «totalitarias» u otras que llevarían – en la opinión de algunos (radicales) – a la desintegración social y al caos.
– Socialmente, el marginado es aquel que está al margen de «la sociedad», pero la sociedad aparece definida en términos de sociedad desarrollada, por lo que el marginado es el que no hace una vida social como «todos». Aquí hay dos matices: 1) la marginación con respecto a la sociedad de consumo en términos de sociedad «avanzada», aquel que no tiene para comprar cosas, objetos de consumo, y 2) la marginación en términos de vida rural ( más «salvaje» o «primitiva» y atrasada) como opuesta a la vida citadina (supuestamente más civilizada).
A su vez y sobre todo en las ciudades, marginado también es aquel que carece de los servicios elementales, ya sea porque por el lugar donde vive no llega luz, agua potable, teléfono, transporte público, correo, etc., ya porque, por el motivo que sea, no cuenta con servicios como educación, salud, vivienda, prestaciones sociales, etc.
– Laboralmente, el marginado es el desocupado, parcial o totalmente, o que trabaja en tareas no reconocidas como «trabajo»: prostitución, pepenadores, tragafuego, etc. Aquí también habría que ubicar a los jubilados…
– Educativamente, el marginado es el analfabeta o que cuenta con niveles de «instrucción» mínimos en función de ciertos criterios «deseables».
– Subjetivamente, marginado es el que » se margina» de un grupo por lo cual es culpable de su propia marginación. Interesante conclusión ya que exime a los demás de toda responsabilidad y además lo hace objeto ideal para ser utilizado como chivo expiatorio por parte del grupo. En suma, y para decirlo en pocas palabras, los marginados son los malos. Es el problema de las nociones funcionalistas.
(2) No creo conveniente discutir aquí el problema de las determinaciones y limitaciones que a su vez los proyectos tienen en sí mismos. Muchos técnicos de ONG se animan a sostener que no sufrieron «recortes» o que sus proyectos fueron aprobados tal cual por las fundaciones extranjeras, significando con ello que los europeos se «tragaron» la «semilla revolucionaria» implícita en el mismo. Hasta podría creer que esto es verdad. Pero soy un poco más escéptico por aquello de la implicación: es decir, de qué modo cada quién está metido, se la juega, manifiesta su deseo, en lo que hace. En este caso, el primer objetivo del equipo técnico es hacer que el proyecto sea vendible «en Europa», para lo cual ya se conocen algunas de las condiciones que debe cumplir éste. En suma, la autocensura puede ser más peligrosa que aquella que proviene del exterior.
(3) P. Clastres, (l971) El último círculo, Investigaciones en antropología política, Gedisa, México, l987, p. 15