Qué temer de lo que es múltiple
Si con un hilo tú haces cien nudos,
El hilo es siempre un hilo
Gialal al- Din Rumi
En un inicio pensamos, personas que llegan, acomodan las sillas en círculo, alguien controla la ventana, la abre, dice: “cambiemos un poco el aire”, otro dice: “Cierre que siento frío”. Hay quien saluda y que no mira a nadie a la cara, otro le saca el papel a un dulce y se lo pone en la boca, alguien más suspira y mira el reloj. Se sientan, están sentados y uno dice: “La tarea del grupo es…”.
Esta proposición funciona como signo de inicio del director de una orquesta, la fase del afinamiento de los instrumentos ha terminado. Ahora iniciamos.
He aquí que aparece el silencio.
En ese silencio emergen, en los participantes, pensamientos que no encuentran la vía para devenir palabras.
“yo no comienzo esta vez, basta, espero que sea otro…”, “quisiera decir algo pero mis cosas no le interesan a nadie”, “Me vienen a hablar, ¿y si después me pongo rojo?”, “Pero, ¿qué estamos haciendo aquí? Era mejor si hoy hubiese ido al mercado”, “Mira cuánto tiempo y nadie habla, ¿qué habrá pasado? Qué angustia este silencio, ya no lo soporto…que alguien hable por favor…y hablen pues. ¿Por qué él no habla? ¿qué espera?»
Y así sucesivamente. En ese silencio hay un murmullo que espera el momento para explicitarse.
Los varios personajes de los grupos internos de los integrantes animan la escena latente del grupo externo. Se abre un espacio imaginario que está delimitado por el silencio.
De hecho, ese silencio que circunscribe a las personas que están aquí y ahora conmigo define la existencia de un grupo, de este grupo. El silencio discrimina el tiempo entre un “antes que el grupo comience” y el “inicio”. Es así que puede ocurrir que se abra la puerta y alguien llegue y diga: “¿ya comenzó el grupo? El silencio se presenta como un inductor de la grupalidad.
En el momento del silencio el estado de conciencia del individuo comienza a disociarse, aparecen jirones de recuerdos de grupos previos, los objetos colocados en el espacio, los ruidos externos, pequeños detalles como la indumentaria de un integrante, los cabellos de otro, el color de las uñas, los zapatos y las medias emergen paso a paso como de la neblina y definen el espacio imaginario ligado a la existencia de ese grupo. El silencio emerge como el umbral entre un adentro y un afuera y circunscribe un espacio íntimo en el que aparecen las huellas de eventos ocurridos en un tiempo precedente. Es singular que las huellas aparezcan sólo cuando la intimidad se ha instituido y, al mismo tiempo, la intimidad se constituye si aparecen dichas huellas. En todo esto domina el silencio, entendido como ausencia de palabra, pero como vemos, la ausencia de palabra no significa ausencia de comunicación.
Este silencio más bien nos muestra cómo la palabra, el diálogo, la interlocución, son un caso particular de la comunicación. En este caso el silencio evidencia que el grupo operativo es el contenido de un contenedor, y este contenido es lo que Bleger llama un no-proceso.
Por cierto que hay grupos que no comienzan con un silencio, siguen indiscriminadamente su conversación como si se tratara de una plaza o de un café. No advierten la discontinuidad, lo que era antes soy después, incluso tampoco hay un antes y un después.
En este caso la diferencia está marcada por el silencio del coordinador, el cual instituye una asimetría en el grupo. “¿Por qué no habla?”, “¿Pero quién se cree que es?”, “¿Por qué no nos explica nada?”
Nuevamente, el silencio es el que nos hace comprender que la situación no es una situación común: “Date cuenta cuántos encuentros grupales he hecho, este es como esos…” En cambio no. El silencio emerge como el vacío, un vacío que llama a la nada, una nada que sin embargo hace emerger la existencia del grupo, su existencia concreta.
Este pasaje funciona como el espacio vacío del que nos habla Peter Brook refiriéndose al espacio del teatro; hay que crear un espacio vacío para que pueda ponerse en escena un drama.
Y también para que pueda emerger la grupalidad es necesario que se instituyan variables independientes, que José Bleger llama constantes, en su artículo sobre Psicoanálisis del encuadre psicoanalítico. Estas variables independientes son silenciosas, constituyen los elementos del encuadre o setting. Son la parte instituida de la institución grupal.
En este caso lo instituido es silencioso, pero el silencio no significa la no existencia, al contrario.
Hace tiempo, en la discusión de un diseño experimental, mi profesor de farmacología me dijo: “Recuerda que el cero es un número”. Es cierto, el silencio no es que sea nada, es algo. A este respecto es clarísimo el ejemplo que nos da J. Bleger: “Una mamá está en la cocina preparando el almuerzo, un niño está en la otra habitación jugando. No hay ninguna conversación entre ambos. Está el silencio. Podemos escuchar los ruidos de la cocina, algún otro ruido que proviene de afuera. En dado momento, la mamá descubre que le falta un ingrediente, abre la puerta y sale. El niño, al oír que la puerta se abre, imagina a la mamá saliendo y se pone a llorar”.
Una escena silenciosa que hace emerger el contenedor mudo, que hace de fondo al vínculo entre la madre y el niño. Es justamente este contenedor mudo el que permite a los participantes de un grupo operativo disociarse de la vida cotidiana para entrar en la grupalidad.
Hablamos de variables independientes porque si el espacio y el tiempo fuesen dependientes del proceso grupal, podrían producirse situaciones de este tipo: “Hoy nos vemos en el parque, no, a mí me gusta más el bar…” o bien, “No hay nada más que decir, terminemos aquí, nos vemos la próxima vez…”.
Es así como el contenedor mudo no podría constituirse como discriminación entre un adentro y un afuera, de hecho no se produce la intimidad necesaria para que surja la imaginación grupal respecto a ese punto específico.
El contenedor mudo, el encuadre, el setting, son la condición para que se constituya un proceso grupal. El contenedor corresponde a ese aparato para pensar los pensamientos –del que habla Bion- y si su construcción es defectuosa, tampoco pueden ser pensados los pensamientos y ellos siguen siendo emociones que no se transforman en conceptos.
Es así que el silencio marca los elementos del setting grupal y la institución muda que permite que el proceso grupal se desarrolle.
En otras palabras, el espacio y el tiempo son dos elementos de este trasfondo institucional, pero también están los roles y funciones.
En este sentido, aquí el silencio también marca el rol del coordinador y más aún el rol del observador. Los otros roles del drama grupal son: el informador, el líder del progreso, el líder del sabotaje, el chivo expiatorio.
Son seis personajes, tales como el padre, la madre, la hijastra, la niña, el jovencito y el hijo, del drama de Pirandello, y ellos buscan un autor de sus historias.
Y es aquí donde entra en el campo otro elemento, el autor del grupo, la tarea.
En el artículo clásico de 1964, de Pichon-Rivière y Bauleo, “La noción de tarea en psiquiatría”, se analiza este elemento que funda el grupo, la tarea. Es este concepto abstracto quien convoca a los integrantes, los que, a medida que logren superar los obstáculos afectivos y cognitivos, transitarán desde una fase de pre-tarea a una de tarea y quizás a la de proyecto, en un continuo vaivén, sin que nunca se logren metas definitivas ni concluyentes.
Este trabajo mostrará cómo la tarea será- en último término- la construcción y el proyecto de la propia vida, como una novela de la cual somos los autores, tal como nos decía Massimo Bonfantini en un seminario reciente.
Ya he descrito el silencio del coordinador, pero quiero volver sobre este tema porque a menudo se confunde al coordinador con el amo del grupo. De hecho, frecuentemente oigo decir “el grupo de fulano de tal”, como si ese grupo fuese de su propiedad. Esta confusión se genera de la idea que el discurso del coordinador sería el discurso del amo, según lo diría Lacan. El coordinador no manda, no es el líder del grupo, no es el amo de la palabra y de los significados. Pero sobre todo, la comunicación y los múltiples vínculos que constituyen al grupo como sujeto colectivo, no son exclusivamente lenguaje verbal, discurso, logos. El inconsciente, si está estructurado como un lenguaje, no es sólo verbal. El discurso, el logos, no es el centro del vínculo, es importante salir de este logo-centrismo, como lo definía Derrida.
De hecho el coordinador calla, está en silencio. Este callarse connota su rol.
La primavera pasada, estudiantes de 4* año de la escuela experimentaron la coordinación de un grupo de investigación del laboratorio de la escuela. Después de una supervisión con un docente de la escuela, trajeron los emergentes de esta experiencia a la reunión plenaria de los investigadores. Los emergentes de la experiencia se caracterizaron por el silencio del coordinador. Durante una hora y media el coordinador no dijo nada.
Definimos esta experiencia como la afasia del coordinador. Tal como sabemos, Freud, en los orígenes del psicoanálisis investigó sobre las afasias y había discriminado afasias histéricas: “A la parálisis de las artes hay que agregar la afasia histérica, o mejor dicho, el mutismo histérico, consistente en la incapacidad de emitir cualquier sonido articulado…” Freud- Histeria, 1888.
Pero en este caso, la afasia señalaba al grupo la existencia del setting, marcaba la diferencia respecto de un encuentro común, sin coordinación, y el coordinador, con su silencio, evidenciaba la precariedad del setting y por lo tanto, la dificultad de ese grupo para pensar los pensamientos.
El silencio no es sólo el emergente inicial de un grupo, puede manifestarse también después de una discusión, un intercambio particularmente violento. Un integrante hace una afirmación del estilo: -“Y así me fui como todos los otros días…”. Luego queda en suspenso y no habla. En este momento cae un silencio inesperado.
Cada uno piensa por su cuenta, se miran a los ojos pero ven otra escena, se dejan ir a la deriva, vagan protegidos por el setting que funciona como una alfombra voladora que los lleva de viaje, o como una balsa que se está salvando del naufragio.
El silencio es agradable, no hay ansiedad, han aprendido a dejarse ir, no temen la interrupción de alguien del exterior que los llama a sus deberes.
La disociación de la vida cotidiana está en acto. La ilusión grupal de la que habla Anzieu se manifiesta en toda su potencia, las variables independientes funcionan como la piel del grupo, lo interno está perfectamente discriminado de lo externo.
Este silencio señala un sentido de pertenencia del grupo, pero evidentemente es una resistencia ante la tarea. La pertinencia disminuye y la ilusión es que la tarea podrá afrontarse sin esfuerzo alguno.
Se difunde entre los presentes.
Pero alguien interrumpe la magia, no siempre es una palabra o una proposición, puede que no sea un enunciado, puede ser un evento que se presenta como intérprete de la situación. El sonido de un celular que no se había apagado previamente, el abrirse de una ventana con un golpe de aire, el tañido del campanario funciona como un despertarse de la ilusión grupal silenciosa.
Alguien dice: “nos están buscando…”
Prepotentemente el afuera retorna como amenaza, como presión sobre la ilusión grupal, como llamado al orden. “¿De qué estábamos hablando?” y fatigosamente buscan volver a la situación previa al silencio. “Tú decías esto y él te respondió eso otro…”. Así aparece el ángel exterminador que retoma Buñuel en el film homónimo.
Se reconstruye minuciosamente la situación precedente, sin que por otra parte se logre. Alguien recuerda el motivo por el que están ahí: “No sé qué están haciendo ustedes, pero yo intenté hacer lo que nos hemos dicho…”. De nuevo retoman las interrogantes, las presiones internas, la rabia y la conmoción. Los diálogos se dirigen más precisamente hacia la tarea.
Se sienten desilusionados, pero saben que pueden hacer algo. Así continúan y luego, cuando el grupo termina, los integrantes se van cada uno por su lado. El grupo desaparece para luego reaparecer a la sesión siguiente. Entre una y otra sesión está el silencio, que es el silencio de no existir o bien, de existir en otra dimensión. El grupo se fragmenta en las singularidades que lo componen, pero no se extingue ya que volverá a manifestarse tal día, al tal hora y en tal lugar, hasta su término. Pero luego surgirán otros grupos que retomarán la tarea de construir la propia existencia.
Hablo en el auto con mi amigo Massimo. Estamos yendo hacia Conegliano-Veneto a ver a Armando que está mal. Massimo me dice que cuando la voz se apaga, también lo hace la voz que sientes dentro de ti, después de un tiempo ella ya no se oye más.
Se siente un vacío atravesado por el viento y en ese vacío, ese bello vacío, cada uno de nosotros trata de confabular cómo hoy intenté hacer emerger voces en el silencio profundo.
Bibliografía
Bauleo, Armando, Psicoanálisis y grupalidad, Borla.
Bleger, José, Simbiosis y ambigüedad, Edit. Lauretana.
Bleger, José, Psicohigiene y Psicología institucional, Edit. Lauretana.
Freud, Sigmund, Obras Completas, Baringhieri.
Brook, Peter, El espacio vacío, Bulzoni Editore.
Pichon-Rivière, Enrique, El proceso grupal, Lauretana.
Filmografía
Buñuel, Luis, El ángel exterminador