*Traducido por María Teresa Casté
Presentaremos algunos pasajes significativos de una psicoterapia de grupo familiar realizada en un servicio de neuropsiquiatría infantil de la provincia del Venecia. El niño fue derivado al servicio por la Clínica Pediátrica de Padua, para una interconsulta neuropsiquiátrica, por retraso en el lenguaje y dificultades del comportamiento. De las entrevistas psiquiátricas se deducía un cuadro clínico de «Inmadurez evolutiva de base afectiva». El examen neurológico y la evaluación audiométrica eran negativos.
Se nos pidió realizar sesiones psicológicas, ya que la situación familiar se presentaba violenta, con continuas peleas entre los cónyuges, referidas a la dificultad de cuidar a Marcos y al hermano, o a la organización de la vida cotidiana. Por otra parte, Marcos no había aún logrado el control de esfínteres y dormía con la madre, ocupando el lugar del padre. Este, a su vez, dormía en la cama de Marcos.
El núcleo familiar se compone del padre, de 28 años, electricista; la madre, de 28 años, dueña de casa; Francisco, de 5 años, que asiste al kinder; finalmente, Marcos, de 3 años, inicia el prekinder con grandes dificultades para incorporarse, hasta el punto de solicitar, de parte de los educadores, la presencia de una ayudante de párvulos.
Desde la primera sesión grupal quedaba de manifiesto no sólo que Marcos presentaba un grave retardo en el lenguaje, casi ausencia de palabras, sino también el otro hijo, Francisco, tenía importantes problemas de alimentación. Además, una información que nos pudieron comunicar como posible causa del retardo en el lenguaje era un grave accidente automovilístico que había sufrido el padre (cuando Marcos tenía 4 meses), siendo hospitalizado por varios meses y debiendo someterse, además, a una operación máxilo-facial que le impidió hablar durante bastante tiempo; a consecuencia de esto, sólo podía comunicarse por escrito. Por esta razón, la madre había dejado de amamantar a Marcos, diciendo que «lo había separado violentamente del pecho».
Presentaban costumbres familiares muy especiales: La madre, por una parte, muy ansiosa, tenía dificultades para despertarse en la mañana, preparar a los niños y llevarlos al colegio.
Hemos pensado que no se trataba de comprender el retardo en el lenguaje como síntoma individual y aislado del contexto familiar, sino que debíamos comprenderlo en el cuadro psicológico grupal familiar: qué esta sucediendo a los miembros de la familia, por qué tanta violencia, hasta «llegar a las manos»; qué cosa no se podía comunicar, qué cosa debía ser silenciada. Teníamos que encuadrar la situación en un dispositivo grupal y observar y comprender el funcionamiento o el no-funcionamiento de las relaciones familiares, cómo se hablaban entre ellos y qué cosas impedían hablar a Marcos y comer a Francisco.
En nuestro esquema de referencia no identificamos la enfermedad o una determinada sintomatología con un individuo, sino con la articulación y organización que la «sobredetermina» y que es necesario descubrir en la historia y en las vicisitudes de los vínculos familiares.
En el prólogo a la edición italiana de Simbiosis y ambigüedad de Bleger, Bauleo se detiene en el párrafo en que Bleger dice: «No es exacto afirmar que los primeros períodos de la vida del ser humano se caracterizan por el aislamiento a partir del cual el sujeto entraría gradualmente en relación con otros seres humanos. Esta afirmación representa la «quintaesencia» del individualismo transferido al campo científico”. Bauleo dice que esta posición de Bleger nos permite no solamente estudiar, desde un ángulo diferente, el proceso de desarrollo del sujeto y la evolución de la enfermedad, sino también privar de fundamento la ecuación enfermo=enfermedad. Desconocer la noción de «aislamiento inicial» nos permite considerar al paciente como el emergente de una estructura más amplia.
En la concepción operativa de grupo, el paciente emergente del grupo familiar nos da una óptica y una visión más amplia también del entrecruzamiento entre la verticalidad del paciente, es decir, su individualidad (entendida como historia personal) y la horizontalidad del grupo familiar (la historia, los mitos, los secretos, los fantasmas inconscientes grupales, las complicidades).
Nuestra hipótesis inicial fue que el retardo del lenguaje que, en este caso, era casi ausencia de palabras y predominio de lenguaje gestual, y la falta de control de esfínteres eran la manifestación producida por una situación familiar en la cual no se habían discriminado los roles y las funciones parentales. Al inicio de las sesiones pudimos observar que los padres eran «dos caricaturas»; nos parecía estar en presencia sólo de niños bulliciosos e incontenibles. Pensamos dejar un espacio y un tiempo y formular un contrato terapéutico con la familia.
Para observar un grupo familiar es indispensable encuadrar la situación, en primer lugar, al interior de un setting, es decir, establecer una dimensión espacio-temporal para poder dar curso a un proceso. Sabemos muy bien que cuando queremos observar cómo funcionan las relaciones, los afectos, las fantasías, no hay sólo un plano manifiesto, por ejemplo, las tareas de organización cotidiana, sino que existe también una dimensión latente. Tenemos que observar las formas, a través de las cuales las representaciones internas de cada individuo van a constituir una red imaginaria grupal, imágenes y fantasmas que cada cual tiene de sí mismo en relación con los demás, diferentes proyecciones e identificaciones: aquello que Freud llama «la novela familiar».
Cuando hablamos de observar las relaciones o la comunicación familiar tenemos siempre presente un esquema de referencia triangular observable al interior de tres funciones: coordinador-grupo-tarea. Este es el esquema de base en el cual podemos pensar los trastornos y las disfunciones familiares, donde el paciente es el emergente del grupo familiar, es decir, es él quien nos señala, a través de su sintomatología, una situación familiar no clara, un significado que debe buscarse y comprenderse en el proceso y en la estructura misma de la familia.
Ahora presentamos algunos fragmentos significativos del desarrollo de las sesiones:
Observamos que la comunicación entre los miembros de la familia está muy distorsionada, ruidosa; no se hablan sino que gritan; surgen incomprensiones entre ellos. El primer emergente es Marcos: él llama a mamá indicando al papá. La madre dice que Marcos llama «mamá» a todos, incluso una tía materna para él es «mamá».
Esto ya es señal de una indiferenciación de los roles. No hay ningún nexo entre uno y otro miembro. Cada uno está vinculado con su propio objeto interno. La comunicación está fragmentada y los vínculos son no vínculos (es decir, no están discriminados entre ellos).
Surgía una idea de los roles y de las funciones familiares que poco se correspondían con la realidad: él quería una mujer casera que lo esperara al almuerzo y a la cena y que se ocupara de los quehaceres domésticos; una idea de mujer como prolongación de la madre.
La idea de ella es que el matrimonio le permitiera salir de la familia de origen, donde ocupaba el lugar de la madre, perturbada psíquicamente, por lo que se hacía cargo tanto de la madre como de los hermanos (es la última de seis hijos).
El matrimonio ha sido buscado, en ambos, por un «fuerte deseo» de «salir» de su familia de origen. El marido, segundo de 2 hijos, proviene de una familia campesina acomodada que, según nos cuenta, lo ha descalificado siempre, especialmente la madre: «por ti solo no eres capaz de hacer nada». Se infiere que el niño que no habla ocupa el lugar del «niño rechazado», de las fantasías de traición de la esposa, hasta llegar a decir: «no es mi hijo porque los cálculos no calzan».
Nos parecía que Marcos, mediante el no hablar, nos señalaba una situación altamente indiscriminada de los vínculos y con graves malentendidos en la comunicación; cosas poco claras, fantasías no comunicadas, graves e importantes, que se configuran como secretas, fuertes rabias y celos intensos. Nos daba la impresión que Marcos parecía ocupar el lugar del hijo no reconocido y representaba el depositario de las tensiones y de los conflictos no explicitados. Este no-reconocimiento depositado en Marcos aparecía, al mismo tiempo, como un no-reconocimiento de los demás miembros familiares.
El ruido dominaba toda palabra; no se entendía siquiera cuáles eran las necesidades mínimas de cada uno. Inmediatamente se activaban mecanismos violentos de rabia y de celos; bastaba cualquier detalle que podía poner en contacto tanto a la pareja como a los niños para generar una gran perturbación.
Esto se hizo evidente en una sesión en que observamos a los niños jugando, cada uno por su cuenta, solos, y los padres cada uno en sus quehaceres, pero al momento en que los niños se topaban por los juguetes se producía una explosión violenta, con puntapiés, chillidos y llantos, y, por otra parte, la incapacidad de los padres de poner límites y de contener a los niños.
En ese momento, los niños piden salir para ir al baño. Después de esta interrupción del setting, en que se manifiesta la incontinencia de todos los miembros, entendida como incapacidad de poner un límite y de no comprender cuándo el juego se vuelve peligroso. Observamos a través del juego, especialmente en otra sesión, algunas modificaciones, ya sea en las relaciones o en las comunicaciones: el juego, que primero aparecía solitario y violento, se convierte cada vez más en un juego de intercambio, «del dar y del recibir», permitiendo una mayor fluidez en la comunicación y ponerse en contacto entre sí, acercándose incluso físicamente, sin rabia ni violencia; de poder, además, expresar los celos a través de las palabras y de poner límites cuando el juego se vuelve violento.
Pero en el momento en que nos parecía que los miembros de la familia podían percibirse más, escuchar mejor y construir pequeñas frases, el espacio de intercambio parecía haberse «abierto», se iniciaban los ataques más intensos al encuadre: olvido de los encuentros, atrasos a las sesiones; además, a una sesión llegan sólo la madre y Marcos, justificando al marido que no podía perder horas de trabajo y que Francisco no podía faltar a la escuela. Nos comunicaba que ya «todo andaba bien». Marcos duerme solo desde hace quince días, y esto era lo último que faltaba por resolver.
Nuevamente, todo se depositaba en Marcos, aunque en este caso se hablaba de «mejorías». Pero, ¿de qué mejorías se hablaba? Para ocultar ¿qué cosa? Si una parte del grupo estaba fuera, algo quedaba escindido y puesto en otro lugar.
En este punto la situación grupal que teníamos presentaba el máximo de la resistencia al cambio. Hemos señalado que nos traía la mejoría de Marcos, algo importante, como una situación defensiva donde algo o alguien debía ser dejado afuera y, así, como era difícil articular los afectos con las palabras y las palabras con los afectos: un proceso de cambio peligraba de ser interrumpido apresuradamente y de ser «evacuado».
En efecto, la sesión siguiente, con todos los miembros presentes, está dominada por una ansiedad confusional en la cual vuelven como niños ruidosos e incontenibles. Pero esta vez está claro que los niños son «utilizados» para reírse, «los payasos simpáticos», o para no hablar; parecía que nadie podía poner orden porque esto era funcional para no hacer aparecer el conflicto de la pareja y la responsabilidad de ambos en su función de padres. Marcos era utilizado para «acallar» todas las demás situaciones, fuente de malentendidos y de rabia.
Cuando el trabajo terapéutico grupal se desarrolla con familias con niños pequeños, como en nuestro caso, el trabajo es muy complejo porque es fácil quedar «atrapados» en el mecanismo resistencial o de complicidad en el que permanentemente se hace la tentativa de insertar al pequeño paciente del contexto familiar y, por lo tanto, perder la distancia y la tarea terapéutica.
El proceso de elaboración y de discriminación de las funciones no es sólo un recorrido para la familia, sino también es un camino que «contratransferencialmente» recorren también los terapeutas: en una tensión continua entre grupo interno y grupo externo, precisamente para no ser atrapados por los estereotipos y por las resistencias al cambio.
Un momento importante es, seguramente, el «espacio de la supervisión» para reajustar la distancia con relación al vínculo grupo-tarea, dando un nuevo giro de espiral a las mutuas representaciones familiares internas.
*Traducido por María Teresa Casté, de Bleger News. Artículo publicado por el comité de redacción del boletín informativo de la Scuola José Bleger de Rimini, Italia.