Síntesis: En este artículo, al margen de un juicio artístico cinematográfico, me pregunto qué rentabilidad política fundamentará la decisión de la Academia al destacar la película “NO” con una nominación al Oscar, y respondo esbozando la hipótesis de que su promoción facilita una limpieza de imagen tanto del gobierno norteamericano como del neoliberalismo impuesto en Chile, consistente en separar las violaciones a los DD.HH. de la imposición de este último cuando, en realidad, tales violaciones fueron una estrategia específicamente diseñada para la consecución de ese fin. Prosigo proponiendo que el plebiscito de 1988 no ofrecía dos rutas alternativas sustancialmente diferenciadas sino que, independiente de que ganase el Sí o el No, estaba diseñado para legitimar y consolidar el neoliberalismo en nuestro país, o sea, era una moneda de dos caras, si bien no idénticas, muy similares entre sí, en que la máxima eficacia para la consecución de ese fin la portaba el triunfo del No. Concluyo precisando que este diagnóstico no es pesimista, sino que critica una visión política dominante en las instancias gubernamentales que, sobrevalorando los “éxitos macroeconómicos”, invisibilizan y/o insignifican, el tremendo costo y/o consecuencias que ha tenido para la mayor parte de nuestra población la imposición del neoliberalismo en Chile. Finalmente, afirmo que los ascendentes movimientos sociales auguran cambios optimistas.
“Me gustaría puntualizar que en el plebiscito del 88 ganó el Sí. Hubo más gente que votó que No, pero ganó el Sí.” Patricio Bañados
Me gusta la nominación al Oscar de la película «NO», porque abre la posibilidad de conversar del tema. Me entretuve viéndola y en algunas partes hasta me emocioné, pero los Oscar son los Oscar… y me preguntaba ¿Qué es lo que la hace suficientemente inocua o definitivamente favorable, en lo político, para que la Academia (AMPAS) la nomine? Porque, estaremos de acuerdo, esas decisiones no son políticamente ingenuas, provienen de una institución inserta en el sistema imperialista norteamericano que le es funcional.
En mi opinión, la película, que opta por enmarcarse dentro de la campaña publicitaria del Plebiscito del Sí y del No, centra su mirada en dos ideas centrales, la supuesta «derrota» de la dictadura, y la posibilidad de construir una “sociedad libre y digna” a partir de aquella. Además, se menciona que los norteamericanos apoyaron con financiamiento tanto el Golpe de Estado como el triunfo del No incluso, cuestión que sabemos que fue cierta. La idea de la “libertad” se inaugura con el réclame publicitario de la bebida cola «Free» en la primera escena, y se refuerza más adelante. Ahora bien, David Harvey cuando analiza cómo es que el neoliberalismo gana el consentimiento generalizado de sus ideas a nivel mundial, afirma en su libro “Breve historia del neoliberalismo”, lo siguiente:
“Los fundadores del pensamiento neoliberal tomaron el ideal político de la dignidad y de la libertad individual, como pilar fundamental que consideraron «los valores centrales de la civilización». Realizaron una sensata elección ya que, efectivamente, se trata de ideales convincentes y sugestivos.” (p. 11)
Entonces, estas dos ideas, la de dignidad y libertad son críticas, esenciales. Decíamos entonces que la película nos lleva a concluir que el “triunfo del No” en el Plebiscito de 1988 permitió, con el apoyo del gobierno norteamericano (Ronald Reagan), derrotar a una violenta dictadura y, como consecuencia, abrir paso a una sociedad libre que recobra su dignidad perdida, promesa implícita en la frase “la alegría ya viene”. Sin embargo, en aparente contradicción antagónica, el gobierno norteamericano (Richard Nixon), había incitado y apoyado el Golpe de Estado en Chile en 1973 ¿Cómo se explica esta dicotomía? A responder esto nos ayuda Naomí Klein con su tesis de la Doctrina del shock. Ella plantea que, en ese momento histórico, en que los movimientos sociales latinoamericanos, particularmente en Chile, estaban muy desarrollados y con auge progresista en su horizonte, no habían condiciones para que las agresivas teorías neoliberales pudiesen obtener el consentimiento de las mayorías populares, muy por el contrario, esas ideas hubiesen sido de plano rechazadas. Entonces, decidieron imponerlas aprovechando o “ayudando” a precipitar shocks sociales y, en el caso de Chile, se colgaron de la inestabilidad político-social que había para, sobre esa base, ayudar a instaurar una dictadura en que sus teorías político-económicas neoliberales pudiesen instalarse sin consultarle nada a nadie, y así lo hicieron. Y cuando ese trabajo se hizo, la dictadura era no sólo prescindible, sino que constituía un obstáculo que entorpecía el desarrollo y consolidación del sistema, en consonancia con esto, apoyaron la salida de la Junta Militar arguyendo que “defendían la democracia”, puesto que ya estaban las condiciones políticas para que la forma de gobierno por devenir, disfrazado de democracia (Demos: Pueblo), ocultase el que constituía más exactamente una oligarquía (Oligos: unos pocos). Para asegurar esto no sólo estaba la Constitución del 80 con su desequilibrado Sistema Electoral, sino que, entre otras cosas, habían destruido el entramado social, asesinado a dirigentes sociales y políticos, instaurado el subcontrato y modificado las leyes sindicales, atomizando con todo ello lo que otrora fueran grandes sindicatos. Entonces, el apoyo inicial al Golpe de Estado y el posterior apoyo a la destitución de la Junta Militar, sólo parece contradictorio si creemos que el objetivo era la defensa de la democracia, pero si pensamos que el objetivo estratégico fue la imposición del neoliberalismo, la contradicción desaparece y se explican coherentemente los dos momentos, el que la dictadura estuviese o no presente, era funcional a esta finalidad. No obstante, en Chile, muchos de los que promovieron la salida electoral, se restringieron —al menos en el discurso— a que el asunto fundamental era acabar con la dictadura militar, como si luego de superar ese obstáculo, el horizonte se abriese infinito y generoso ante nuestros ojos y, tras esa apertura, fuese posible construir esa tan soñada “alegría ya viene”, pero habían elementos para saber que esto no era sino sólo mucho ruido y pocas nueces.
Ahora bien, el neoliberalismo es, a mi entender, opuesto a la dignidad, la libertad y la justicia social, ya que genera condiciones justamente para coartar estos aspectos. En este sentido, concuerdo plenamente con las palabras de Patricio Bañados cuando en una entrevista afirma:
“Me gustaría puntualizar que en el plebiscito del 88 ganó el Sí. Hubo más gente que votó que No, pero ganó el Sí. No sospechábamos que había un acuerdo, aparentemente previo, del cual no teníamos conocimiento y que ni siquiera podemos certificar ahora. Un acuerdo para que nada cambiara, o sea, el «gatopardo»: que las cosas cambien para que todo pueda seguir igual.”
El problema de fondo lo expusieron coincidentemente tanto Orlando Letelier como el argentino Rodolfo Walsh, y este último en su “Carta abierta a la Junta Militar” hecha pública el 24 de marzo de 1977, un día antes de ser asesinado, lo expresó así:
«Estos hechos (las violaciones a los DD.HH.), que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son sin embargo los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las peores violaciones de los derechos humanos en que ustedes incurren. En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes, sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada.» (p. 11)
Por otro lado, el 26 de agosto de 1976, la revista norteamericana The Nation publica el artículo de Orlando Letelier —que según Naomí Klein “fue el primero en articular la estrecha conexión entre neoliberalismo y violencia”— Los «Chicago Boys» en Chile, en que expone la tesis de que la aplicación del nuevo modelo neoliberal, que despoja de muchos derechos y beneficios a la población de un país, solo es posible bajo una feroz represión y daba como ejemplo de ello lo ocurrido en Chile, concluyendo que este modelo y la represión política y social son caras de una misma moneda y, al igual que Walsh, Letelier fue asesinado sólo días después, el 21 de septiembre de 1976 en Washington por la DINA, a manos de Michel Townley (doble agente, también de la CIA.) Esto puede leerse en el reciente libro publicado el 2011 por LOM: Soto H. Lawner M. (2011) Orlando Letelier: el que lo advirtió. «Los Chicago Boys en Chile«. La siguiente es la cita de Letelier del final del artículo mencionado:
“El plan económico ha tenido que ser impuesto, y en el contexto chileno ello podía hacerse sólo mediante el asesinato de miles de personas, el establecimiento de campos de concentración a través de todo el país, el encarcelamiento de más de 100.000 personas en tres años, el cierre de los sindicatos y organizaciones vecinales y la prohibición de todas las actividades políticas y de todas las formas de expresión.
Mientras los «Chicago boys» han provisto una apariencia de respetabilidad técnica a los sueños de «laissez-faire» y a la avidez política de la vieja oligarquía agraria y alta burguesía de monopolistas y especuladores financieros, los militares han aplicado la fuerza bruta requerida para alcanzar esos objetivos. Represión para las mayorías y «libertad económica» para pequeños grupos privilegiados son en Chile dos caras de la misma moneda.
Hay por lo tanto, una coherencia interna entre las dos prioridades centrales anunciadas por la Junta después del golpe de 1973: la «destrucción del cáncer marxista» (que ha llegado a significar no sólo la represión de los partidos políticos de la izquierda, sino también la destrucción de todas las organizaciones de trabajadores democráticamente elegidas y toda la oposición, incluyendo los democratacristianos y las organizaciones de la iglesia), y el establecimiento de una «economía privada» libre y el control de la inflación «a la Friedman».
Es absurdo en consecuencia, que aquellos que inspiran, apoyan o financian esa política económica traten de presentar su participación como restringida a «consideraciones técnicas», mientras aparentan rechazar el sistema de terror que requieren para lograr sus objetivos.” (Letelier. 1976)
De manera que esa “atrocidad mayor” o “miseria planificada” de que habla Walsh y despliega Naomí Klein en un articulo homónimo, —en que analiza la realidad argentina pero que aplica muy bien a la chilena— no es sino la puesta en práctica del sistema político-económico neoliberal, que ha permitido y está permitiendo alcanzar los mayores niveles de desigualdad social, expresado en la más alta concentración de riqueza de unos pocos observada jamás, a costa de la pauperización económica, social y cultural creciente de muchos. Recordemos que, tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), las medidas económicas tuvieron el objetivo de evitar una nueva Gran Depresión como la sufrida en 1930 y, en consecuencia, los capitalistas se vieron en la obligación de distribuir más equitativamente sus riquezas, disminuyéndolas, esto es lo que consiguieron las medidas keynesianas y lo que está a la base de las diversas formas de socialdemocracia adoptadas en ese tiempo en muchos países, dando lugar a lo que se llamó el “liberalismo embridado”. Esto fue lo que hizo que las ideas de Friedrich Von Hayek no se aplicasen sino sólo después —Hayek es uno de los padres del neoliberalismo—. Cuando David Harvey se pregunta cuál es el objetivo final del neoliberalismo, afirma que consiste en recobrar aquello que los capitalistas se vieron obligados a ceder en la posguerra. Naomí Klein nos dice, por ejemplo (Ver documental), que en el Reino Unido antes de Margareth Thatcher (Primera Ministro entre 1979-1990), un Gerente General ganaba 10 veces más que el empleado medio, y el 2007 ganaba 100 veces más. En Estados Unidos antes de Ronald Reagan (Presidente entre 1981-1989), los gerentes generales ganaban 43 veces más que el empleado medio, en 2005 ganaban sobre 400 veces más. Orlando Letelier en su artículo afirma algo similar para Chile y lo decía muy tempranamente:
“Las políticas económicas de la Junta chilena y sus resultados deben ser colocadas en el contexto de un amplio proceso contrarrevolucionario que persigue restituir a una pequeña minoría el control económico, social y político que perdió gradualmente durante los últimos treinta años, y particularmente en los años del Gobierno de la Unidad Popular.
En tal contexto, la concentración de la riqueza no es una excepción, sino la regla; no es el resultado marginal de una situación difícil —como les gustaría que el mundo creyera— sino la base de un proyecto social; no es un sacrificio económico sino un éxito político temporal.” (Letelier. 1976)
De ahí que, en mi opinión, si bien cualquiera de las dos alternativas —el triunfo del Sí o del No— consolidaban el neoliberalismo en Chile, la vía regia para la consecución de este fin era el triunfo del No, porque esa ruta permitía sacarse de encima el estigma de la violación a los DD.HH., haciendo que las fuerzas “democráticas” o de oposición a la dictadura, consolidacen ellas mismas el sistema económico impuesto a sangre y fuego tras el Golpe de Estado. En este sentido, el minucioso trabajo que hicieron los ideólogos de extrema derecha, consistió en implementar las condiciones legales, políticas y económicas para que, cualquiera que fuese el color político de quien gobierne, tuviese la mínima movilidad posible dentro de un estrecho pasillo enmarcado por estas condiciones entre las que está la Constitución de 1980. Romper esta inercia es posible, pero requiere de una voluntad y un coraje político que, hasta aquí, ha sido completamente ajeno a la Concertación y que, entre otras cosas, ha conseguido llevar los niveles de participación eleccionaria a los niveles más bajos de nuestra historia democrática.
Más allá e independiente de la calidad cinematográfica de la película “NO”, pienso que estas son las razones políticas de que haya sido tocada por la varita mágica de la Academia al otorgársele la nominación, lo que no significa que, desde una mirada cinéfila, esté desprovista de virtudes que sustenten la decisión, pero ese es otro tema.
Finalmente, no quisiera que se concluyese de esta reflexión que el diagnóstico desplegado es pesimista y que, por ejemplo, sugiere que sería mejor estar en los tiempos de la dictadura que en el presente, eso no es así. Los movimientos sociales críticos del sistema neoliberal se abren paso no sólo en Chile, sino también a nivel mundial y prometen cambios futuros. Lo que sí he intentado es dimensionar adecuadamente la posdictadura y el “Triunfo del No”, que algunos celebran como el hito por excelencia, el “Gran Triunfo”, y que en la actualidad rubrican además citando las cifras macroeconómicas que hacen de Chile un país altamente estable, rentable y confiable a ojos de la comunidad capitalista mundial. El problema estriba en que, las cifras macroeconómicas no pueden valorarse aisladas de la distribución de la riqueza, ni de las repercusiones en los aspectos psíquicos, sociales y culturales en nuestro pueblo y, considerando estas variables, podemos afirmar que estamos peor que en dictadura, puesto que ahí se construía lo que hoy se consolida. Pero la gente toma conciencia y muestra crecientemente su indignación, que cada vez se robustece con mayores y más profundos contenidos, de esto es muestra en los últimos años el surgimiento del movimiento estudiantil en Chile, y el crecimiento, desarrollo y maduración que, lógicamente con fluctuaciones, en definitiva sigue aumentando. A veces no somos concientes de cuán importante es esto, pero tiempo atrás un semanario alemán afirmó nada menos que el movimiento estudiantil chileno, era la revuelta estudiantil más grande a nivel mundial después de mayo del 68.
(Sugiero leer la entrevista al prestigioso periodista y conductor de TV, Patricio Bañados, quien fue el rostro de la Campaña del No. En ella devela los costos que tuvo para él su compromiso en esa Campaña, y estos no sólo derivan de lo que la dictadura le hizo mientras duraba la franja publicitaria, sino al trato que personas de la misma Concertación le dieron una vez instaladas en el gobierno. Aquí está completa.)
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