Carta a Armando Bauleo (Horacio Foladori)

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Querido Gordo pillo:

Te nos fuiste muy temprano. ¡Y con todas las cosas que te quedaban por hacer todavía! Siempre estuviste tan lleno de proyectos, tan combativo y certero pero presente, en el presente y en el futuro. En este mundo caótico que nos juntó y nos separo infinidad de veces con esos encuentros luego de mucho tiempo… como si hubiese sido ayer que nos habíamos separado.

Llegaste a Montevideo cuando unos compañeros quisieron traer la psicología social – pichoniana. Nada había de eso. ¿Grupos? Solamente algunos de la IPA los hacían.

Al año siguiente, el 69 – ¡mirá qué año! ¿Te acordás que Los Olimareños estrenaron un cielito que decía “con un arriba nervioso y un abajo que se mueve?” Ese año abriste dos grupos operativos más. Marina me dijo: “metete que es muy bueno”. – Pero ¿de que se trata? – “De ver que ocurre en los grupos”. Marina, era una de mis compañeras de estudio, estábamos en 4to. de Facultad, poca práctica, puro leer, un opio. Y así nos, me encontré contigo y con ese “Vamos a ver porque están aquí”, y prendiste tu primer cigarrillo de la sesión. Ese día algo ocurrió, y al mes siguiente también cuando regresaste para la segunda sesión. Algo muy fuerte me dijo “esto de los grupos es lo que yo quiero hacer en mi vida”.

Dos meses después luego de una sesión te perseguí: “Gordo, necesito supervisión, tengo un grupo!!” Me miraste, soltaste una carcajada inmensa y me dijiste: “Venite al Hotel a las 9 cuando termino”.

Yo trabajaba en un centro deportivo-comunitario y no se que fue lo que transmití allí que cuando les dije “Tenemos que hacer un grupo”, todos me dijeron que sí. Eran profesores de educación física, promotores, asistentes sociales y administrativos; los había metido a todos juntos en el grupo. Invité a Cora (otra compañera, argentina) para que me ayudara con la observación, ella ya estaba en análisis.

Fuimos a las nueve, te conté de que se trataba. Preguntaste:

– “¿Y vos sos funcionario de la institución?

– Sí.

– Entonces no podes coordinar.

– ¡Pero ya empecé! …Podemos cambiar si no te parece.

– Ahora no, pero no se puede.

– ¿Y qué hacemos?

– Y…Seguí así. Uds. van a comenzar a la hora acordada y se van a ir cuando finalice el grupo.

-¿Y si no viene nadie?

– Igual se quedan allí todo el tiempo.”

(Luego entendí por qué. Dicha instrucción la he cumplido sistemáticamente por casi cuarenta años.)

Asistieron todos las primeras sesiones, luego se empezaron a espaciar, mas tarde hubo sesiones en las que no llegó nadie. Nosotros ahí sentados la hora y media, religiosamente. Pero el último día, de la evaluación, llegó uno y trabajamos y cerramos… milagrosamente.

Supervisábamos donde podíamos. En Montevideo o en Buenos Aires, en algún café de Pueyrredón y Santa Fe.

Yo estaba preocupado acerca de cómo hacer para que el grupo a pesar de las sesiones caóticas iniciales se aguantara a que yo pudiese ir aprendiendo. Tenían que sentir lo que era el “espíritu de grupo” o algo así, que era eso tan especial que yo había sentido las primeras sesiones. ¡Era tan fácil! Vos te sentabas allí, nosotros hablábamos, vos de vez en cuando decías no se que tontera y todos salíamos felices y contentos, hablábamos después por horas y días enteros. ¿Por qué no podía hacer yo eso?

Una vez Cora me había contado de una experiencia que se había realizado en el Congreso de Psicodrama que había tenido lugar en Buenos Aires. Consistía en hacer un círculo con mucha gente en el escenario, que se tomaban de las manos, como quedando colgados unos de otros. De esa forma se podía mostrar lo que era la “interdependencia” en un grupo y como la “tensión” recorría el colectivo. La encontré genial, fui al grupo y los puse en círculo y lo hicimos. Fracasó por completo ya que el espacio era pequeño y la gente quedó recostada contra la pared, por lo que no se produjo ningún fenómeno de “interdependencia”. Cuando te lo conté preguntaste – “ ¿Y pusiste a todos los boludos agarrados de las manos en medio del salón?” y te cagate de la risa por varios minutos imaginando la escena.

Yo tenía claro – más allá de mis deseos – de que de coordinación de grupos no sabía un carajo. Otros compañeros hacían también sus primeras armas con grupos. Se discutía mucho en el medio “especializado” si era correcto impulsar, empujar, incitar, a tipos como yo que no tenían ninguna experiencia a hacer grupos, muchos todavía no teníamos tampoco análisis. He de reconocer que yo mismo estaba de acuerdo con esas críticas, pero a mi me gustaba. Tiempo después comprendí que el problema estaba mal planteado, no era técnico sino político: estabas convencido de la potencialidad del grupo, había que cuestionar el estéril formalismo académico y romper estereotipos personales e institucionales y sobre todo enseñar, finalmente, psicología.

¿Te acordás de los Encuentros de Psicología Concreta? Era la nueva onda que “superaba” al psicoanálisis, ahí estaba el intento de Politzer. Ese año hubo uno en Buenos Aires. Asistía un mundo de gente, fuimos, conocí a Bleger. Recuerdo que primero él y luego el gallego Caparrós trataron de coordinar a esa masa hacia algún objetivo, para poder discutir ciertos temas propuestos. Un desastre la planificación del evento. Imposible siquiera saber en que salón se discutía qué cosa. Toda forma de organización era una imposición y debería ser resistida ¡era el 69! Así que como era ya costumbre nos fuimos al café de la esquina; allí tendríamos una especie de congreso privado. El tema era la relación del psicoanálisis con el marxismo, discutíamos acerca de cómo formar psicólogos. Como para picarte te pregunto. “Decime Gordo ¿qué tal la formación en la Escuela de Pichón, qué ocurre allí?” Pensaste un rato, prendiste tu enésimo cigarrillo y me dijiste: “Una vez estábamos con Pichón… sería cerca de las dos de la mañana, ya con algunas copas los dos y le dije: – Enrique, ¿por qué no hacemos una escuela de psicología marxista? Pichón abrió los ojos y bajando la voz respondió : – porque no quiero que me la cierren, y yo vivo de eso”.

Tu nos conectaste también con Hernán – cuando era tu “hermano” (luego supe que de diván) – y comenzamos a viajar a Buenos Aires de manera periódica a estudiar psicoterapias de objetivos y duración limitada, que en los hechos se aplicaba también a la orientación vocacional; además, seguíamos en grupo. Para fines del 70 habíamos presentado (Marina, Mirtha, José y yo) un trabajo a las Jornadas de Psicología, una experiencia única realizada en un Liceo Popular en medio del convulsionado Uruguay, cuyo gobierno trataba de hacer algo con los tupamaros que crecían militarmente desarrollando con ingenio y capacidad la guerrilla urbana. El pueblo se divertía con sus hazañas. La polarización social iba en aumento. El Laboratorio social fue allanado mientras trabajábamos en el local de una Parroquia. Así y todo fue un éxito, ¡estábamos tan contentos! Era la suerte de los principiantes.

Un año después apareciste con Juanito y Gregorio. Se trataba de estudiar psicoanálisis y materialismo histórico, luego de la ruptura de Plataforma. Parecía que el Centro de Docencia e Investigación se ampliaba hasta Montevideo. Duró poco, el 73 arrasó con todo.

El exilio nos juntó en México. Llegaste con Mimi en el 75 y seguiste para España. Yo llegué en el 76. Comenzamos a recibir con Miguel la revista que Hernán y tu fundaron en Madrid y cuyo primer número produjo tu inmediata salida de su Comité: no estabas dispuesto a transar con la xenofobia de otros miembros del Comité de Redacción que se podía leer en la página editorial.

En el 82, a raíz de una invitación que te hiciera la UAM-Xochimilco y que promoviera Margarita, pudimos compartir en el obligado Sanborns de San Ángel una experiencia que venía haciendo en Cuernavaca en la Universidad, en la cual metíamos a todos los estudiantes de las preparatorias en grupos de orientación vocacional; 7.000 alumnos, 15 coordinadores, etc., todo un macro proyecto que coordinaba. Hablamos horas, te conté con lujo de detalles el proyecto, estabas realmente sorprendido. Recuerdo que me dijiste.

-” Mirá Horacio, casualmente el otro día estaba pensando el problema de las repercusiones, porque cuando uno hace algo es impensable determinar los efectos que eso puede tener, son impredecibles los alcances y las derivaciones que se pueden producir. Y uno después recibe todo esto que vos me traés y piensa cómo es que soy en parte responsable de estos desarrollos.” Supe luego que habías fundado el CIR y que había tenido su primer Congreso en Cuernavaca.

Varios años mas tarde Juan Carlos y Mimi consiguieron la venia para plantear el asunto del psicoanálisis en Cuba. Allí volvimos a coincidir para el 2do. Encuentro, el que estuvo presidido por el famoso lapsus de nuestro querido amigo el incansable Manolo. Luego vino el Congreso del CIR de Managua; disfrutamos y nos deprimimos con la plática de Daniel Ortega. Recuerdo como hoy la sesión posterior del grupo operativo en la que tuve el placer de participar bajo tu coordinación otra vez, veinte años después. Digo participar como una forma de decir, en realidad no podía hablar, tenia un nudo en la garganta, se había perdido la revolución, y todo lo que había costado hacerla, estaba al borde del llanto. Dije que había estado en Nicaragua en el 80, luego de que se había pacificado el país eliminado los pocos focos de resistencia somocista. Jamás había vivido en ningún lugar un clima de paz y tranquilidad tan agradable. Era una sensación de piel, colectiva, de seguridad total sin Estado, sin represión. Entonces, se podía. Diez años después todo iba para atrás y el Frente tuvo que entregar el gobierno. El imperio se había encargado de que no hubiese más revoluciones en América Latina.

Luego vino Rimini, donde se te ocurrió ¡renunciar al CIR!

Una colega le puso la lápida. “ Y si Bauleo se va ¿qué diablos vamos a hacer nosotros? Yo no estaba de acuerdo pero tu nos habías enseñando a escuchar los portavoces. Supuse luego que era el problema de la autodisolución de las vanguardias que estudiaba Lourau. ¿Es posible la autogestión? Esta pregunta nos atravesó desde siempre y continua sobre el tapete. Y sin embargo el proyecto no había muerto: años después los perseverantes españoles contigo (¿ves como volviste a insistir?), organizaron el Congreso de Madrid: toda una apuesta, en dimensiones, en producción, en proyectos, en realizaciones. Sentí que era una especie de homenaje a tu trayectoria, a tus inquietudes, el producto de tantos años de trabajo. Era el congreso mas grande que se hiciera sobre grupos operativos y estábamos todos de pie, de a pie por Lavapies.

En Santiago de Chile habíamos sacado otro libro: Intervención grupal en el ámbito comunitario. Se iba a hacer su presentación, para lo cual enviamos mails masivamente. Un día, recibo un correo muy escueto que tan solo pregunta “ ¿En qué ciudad se va a presentar el libro?” Venía sin firma y sin nada, pero era tuyo. Me sonreí y te contesté. “Gordo, vivo en Santiago de Chile”, y te envié un ejemplar. Supe que te había interesado y que tu curiosidad te carcomía por saber qué cuernos hacíamos en esta Escuela. Meses después nos topamos en el Congreso de la Universidad de Madres. Por enésima vez nos tomamos unos cafés en la esquina, ya hacía tiempo que sin cigarrillos. Conversamos sobre el próximo congreso de grupos, que si los italianos, que si en Cuba, y ¿porqué no en Chile? Como al pasar me dijiste “El libro es bueno”, te había llamado la atención la cantidad de autores, lo cual hacia suponer una Escuela… ¿floreciente? ¿No es cierto, Gordo, que querías venir a Santiago?

Ahora bien, la pregunta de Rimini con tu ausencia, cobra nueva actualidad: Ya que Bauleo se fue… ¿qué vamos a hacer nosotros?

Quiero creer , querido Gordo, que se trata una vez más de realizar el legado de Pichón. Tu ya lo hiciste. Porque de eso se trata en un espacio institucional lleno de aristas filosas y de proyectos truncados. Como repetías hasta el cansancio: se trata de hacer la tarea.

“ ¿A que vamos a las instituciones, Pichón?

– A armar quilombo.”

Así que armando quilombo, Armando.

Hasta mañana, querido Gordo, y acordate que nos vemos en el café de la esquina.

Horacio.

Texto leído por Horacio Foladori en el Homenaje a Armando Bauleo realizado entre la Escuela de Psicología de la Universidad Arcis y la Escuela de Psicología Grupal y Análisis Institucional “Enrique Pichón-Rivière”, el 30 de abril de 2008