Un grupo operativo con las familias víctimas de la trata de seres humanos (Leonardo Montecchi)

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Tlascala

Escribo ahora sobre ello intentando transformar todo ese sufrimiento en información.

No logramos comprender que se hable tan poco de esta tragedia que sufre México, y sin embargo los datos del Registro Nacional de datos de personas extraviadas o desaparecidas hablan de 34.656 personas desde el 2014. Las cifras reales son mucho más altas. Quizás este silencio se deba al asesinato de 175 periodistas y a la desaparición de 25 de ellos.

También es poco conocido el asesinato de Javier Valdés, fundador del periódico Riodoce, quien fue asesinado el 15 de mayo del año pasado, en el estado de Sinaloa.

En el grupo no se conocen. Les pido que se presenten y que digan qué esperan del encuentro. El relato se inició con el tema de las desapariciones. Una mujer habla de su marido y dice no saber lo que le ha sucedido. Llora. Dice que no se resigna. Con mi invitación a decir qué podría hacerse por esta mujer, interviene otra mujer que-entre lágrimas- cuenta acerca de las amenazas recibidas a causa de su compromiso militante por los derechos humanos. Luego relata algo terrible: que las amenazas se concretaron ya que le secuestraron un hijo. Habla de los horribles días de búsqueda y del posterior encuentro del muchacho: violentado, torturado y drogado. Entre lágrimas dice no haberlo reconocido. Luego se levante y abraza a la mujer que perdió a su marido. Enseguida dice sentirse culpable. Intervengo aquí sobre este punto diciendo si otros sentían culpa por lo sucedido.

Otra señora habla de su hija desaparecida, de la que no ha sabido nada. Se habla de la búsqueda y de lo importante e indispensable que sería encontrar por lo menos los restos. Hablan del clima en la familia y de cómo los otros hijos se sienten no tomados en cuenta, lo cual aumenta la sensación de culpa por la búsqueda.

Hay niñas pequeñas en el grupo, me preocupo por ellas y le pregunto a la menor si estos relatos la perturban, mueve la cabeza pero no habla. La madre interviene diciendo que la niña tiene 13 años, pero parece tener menos; tiene cara y cuerpo de niñita. Cuenta la madre que su hija fue secuestrada pero que luego la encontraron: fue violentada y llevada a prostituirse. La muchacha está atenta al relato pero prefiere no hablar. A su lado hay otra muchacha muy joven que tiene la misma historia; los familiares agradecen al abogado que está en el grupo. Le pido a la abogada-una joven mujer- que intervenga si quiere hacerlo. Ella también relata haber rechazado una carrera en la universidad como antropóloga en la que le pedían que se ocupara de los ritos y folklore de la población nativa. Pero, desde el momento en que se comprometió con las víctimas de la trata ya no puede retroceder y hacer como si este horror no existiese. Llorando dice que siente mucho no haber podido encontrar aún la hija de la mujer que habló anteriormente. Dice haberse lanzado a esta oscuridad que a veces le parece siempre más oscura. Otra mujer interviene y luego una pareja anciana que han encontrado a su hija, quien ahora se está tratando. Ellos hablan de su fe en Dios. Alguien más dice que no hay que perder las esperanzas.

El clima tiene alto niveles de emociones y conmociones: el dolor, el sufrimiento y el sentimiento de culpa circulan.

Otra mujer, con un tono más decidido, interviene diciendo que la búsqueda es necesaria para salir de la culpa.

Intervengo diciendo que ellos son las víctimas y que los culpables son otros y que la búsqueda de sus seres queridos desaparecidos puede traer un poco de luz a esta oscuridad. Es importante transformar la culpa en rabia, porque la rabia lleva a la acción que se traduce en búsqueda.

Esta consideración parece aliviar un poco el sentimiento de culpa. Le pregunto cómo se siente, a la señora que inició el relato – ya pasaron alrededor de dos horas y media-me dice que un poco mejor y que se dio cuenta que no estaba sola en esto, pero que aún se siente mal. Le digo que continúe tratándose para que esas emociones que surjan en la búsqueda, circulen.

Antes de separarnos les pido que se pongan de pie y que cada uno abrace a su propio vecino.

Traducción del italiano: Marcellla Chiarappa