Los paradigmas de la clínica psicoanalítica (Horacio C. Foladori)

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Si bien la escucha del discurso de los analizandos está guidada por la regla fundamental del analista – la atención flotante – la vehiculización de aquello que se escucha es posible gracias al marco teórico internalizado en el analista. Este marco teórico dice acerca de la manera de producir sentido en ese discurso y acerca de la forma operativa de intervenir.

Por tanto, el marco referencial es fundamental para la producción de sentido y el esclarecimiento de los vericuetos por los que se mueve la pulsión. «Rascar la superficie del inconsciente» decía Sachs, es todo lo que el psicoanálisis puede hacer. Recuérdese que la subjetividad es conceptualizada como escindida desde su constitución. Claro está que esta visión puede no ser todo lo amplia que se requiere para dar cuenta de la complejidad del sujeto y de su discurso en el espacio de análisis.

Una primera aproximación a la comprensión del texto freudiano trabajó sobre un paradigma que llamaré «individualista»; esto es, suponer que el discurso que emana de esa persona tendida en el diván es únicamente de él, en el sentido de que es individual. El análisis ocurre entonces en el marco de una relación bipersonal que se reduce al espacio de análisis definido rigurosamente por el encuadre. Este es un modelo de trabajo posible, diría más, dominante en el mundo psicoanalítico, en sus diversas corrientes.

En este paradigma lo inconsciente tiene lugar solamente al interior del aparato psíquico pensado éste como individual. Todo lo que allí ocurre debe poder ser analizado en términos metapsicológicos estrictamente hablando, potenciando el abordaje de la pulsión y reduciendo toda relación con el mundo exterior y en el mundo exterior a un conflicto entre las instancias. Ello es posible en la relación transferencial.

Ahora bien, este paradigma tal vez primero en el tiempo, resultó reducido para poder abordar algunas situaciones de la vida social. Dejaba de lado un importante sector de la actividad humana y no podía ver algunos problemas de la clínica de mayor complejidad, sobre todo cuando aparecían involucrados «varios aparatos psíquicos», como se dijo alguna vez.

Fue entonces necesario recurrir a una nueva lectura del texto freudiano en busca de otras posibles líneas de trabajo, con resultados por demás interesantes. El chiste, en Freud, ya daba cuenta de la existencia de una metapsicología de «tres» y los llamados textos sociales de Freud abrieron un sinnúmero de posibilidades pensando tanto el origen de la grupalidad como también la articulación de ésta en diversos planos con lo institucional. También aportó sus elementos las referencia al problema de la transmisión psiquica. Se pudo entonces comenzar a pensar en un sujeto psíquico más abstracto que el anterior, más distante de características empíricas – como pudo haber sido el amarre biológico a través de la noción de individuo donde el psiquismo tenía que asentarse – y pasar a una concepción de un discurso social en el que se reconocen matices y sobretodo articulando una noción de sujeto social del discurso que se expresa transitoriamente a través de las diversas individualidades, pero que no se agota en ellas.

Este segundo paradigma plantea la necesidad de escuchar la cuádruple inscripción del discurso en registros: intrapsíquico, interpsíquico e institucional, así como también transubjetivo o transpsíquico.Veamos a que remite cada uno de los registros mencionados.

a. El registro intrapsíquico comprende poder dar cuenta de la movilidad del conflicto al interior del aparato psíquico según lo postulado por la metapsicología freudiana señalada en el paradigma anterior. Esto supone que el nuevo paradigma que se propone no solamente acepta e incorpora el paradigma «individualista» sino que además lo supera con creces, como se verá. Se trata de la tradicional forma de comprender lo inconsciente.

b. El registro interpsíquico da cuenta de la articulación de la subjetividad en tanto la creación de fantasmas es un producto compartido. Ya sea según el modelo de la resonacia fantasmática de Foulkes (1981) o en el de los supuestos basicos de Bion (1963), el fantasma, en última instancia responde a una producción vincular que se diferencia del de la relación de objeto prototípica de la problemática de la pulsión. La teoría del vínculo, en el decir de Pichón-Rivière(1979), pretende establecer ciertos alcances en el plano de la realidad material – no únicamente psíquica – por ejemplo, en la trilogía de la depositación, el depositario y el depositante, propuesta interesante para aproximarse en la dimensión de la grupalidad , al chivo emisario por ejemplo.

c. El registro de lo institucional, introduce el problema de la implicación a través de los atravesamientos institucionales que responden a pertenencias y son portadores de identidades variadas. Hace a las vicisitudes de la problematica del poder , del control social, del conflicto entre lo instituído y lo instituyente así como de los mecanismos de recuperación y de apropiación, a las formas instituída o no de su ejercicio. Toca el desarrollo de vectores como el de la violencia – distinta a la agresión que corresponde al nivel intrapsíquico – y a formas de organización social institucional o anti-institucional. La transversalidad (Guattari 1976)opera en un registro no conciente mostrando su organización primaria incluso en los grupos en los que constituye la matriz de su fundación. Se trata de pensar en este registro un nuevo inconsciente, el Estado (como muestran Clastres (1977) y Lourau (1980)), que filtra su presencia en todas y cada una de las instituciones del sistema y en los grupos.

d) El registro de lo transpsíquico (Tisseron 1997) que da cuenta de aquello que se transmite de una generación a otra y a través de las generaciones, tanto en su presencia de contenidos como en su ausencia, tiñendo el discurso presente con inscripciones indelebles – como las filigranas – y cuyo efecto afecta las generaciones recipientes en diversos grados y produciendo distintas patologías según el caso. No sólo hay que dar cuenta de las lagunas (las ausencias que son visibles) sino también las supresiones (ausencias inimaginables porque no fueron inscritas), de las cuales pudiera no haber registro.

Ahora bien, como se podrá apreciar esta concepción de lo psíquico posibilita una aproximación más compleja y discriminadora del discurso social, a todo discurso más allá de los agentes soportes que lo formulen. Se trata casualmente de romper con cierto empirismo que amarra al mundo de las apariencias. Y más aún por cuanto juegan allí los mecanismos de la condensación y el desplazamiento entre los registros, lo que hace que un mismo síntoma pueda ser producido a su vez como el lugar de la intersección de todos los registros. Dicho de otro modo, será cuestión de la coyuntura el determinar en cuál de todos los registros hay que producir sentido, según una cierta estrategia y según el objetivo y alcances de la intervención.

Deseo mostrar ahora, luego de esta brevísima consideración algunas de las ventajas del operar desde el segundo paradigma. Veamos algunos ejemplos:

1. Se puede escuchar a un paciente desde el paradigma «individualista» o desde el paradigma socio-institucional. En el segundo caso, el analista puede además de reflexionar acerca de lo que acontece en el plano intrapsíquico, preguntarse por la forma como el paciente asume un determinado lugar de portavoz de cierto sufrimiento familiar. Se podría realizar entonces un abordaje de la familia en ausencia a través del paciente, ya que éste funcionaría como corriente de transmisión para portar los conflictos familiares a la sesión con su analista así como también portar lo esclarecido en el espacio analítico al interior del grupo familiar. Esta propuesta connota observables, por ejemplo cuando se trabaja con niños, cuya disminución del sufrimiento personal significa una cierta devolución de lo depositado por cada integrante de la familia, lo que ocasiona a veces que otro integrante de la misma tenga que ingresar a análisis. Por ello, se recomienda en muchos, casos realizar un abordaje familiar del síntoma.

2. En el caso de la psicoterapia de pareja es visible el movimiento interpsíquico ya que el grado de esclarecimiento alcanzado por una parte, necesariamente implica reajustes en la otra. Es como si la seguridad adquirida a través el tratamiento analítico insegurizara al otro integrante, quien se ve en la necesidad de responder en consonancia. Se rompen entonces fantasmas compartidos que amarraban a los participantes a círculos viciosos sin fin. La modificación de un componente introduce cambios en la relación lo que implica una modificación en el otro componente. Se notan los efectos, no se tiene conciencia del proceso realizado. Este tipo de lectura modifica la técnica de intervención en parejas ya que la interpretación entonces no sólo apunta a esclarecer un determinado contenido en una parte sino que además hay que preveer qué efectos podría tener en la otra. Algo así como un efecto de rebote sobre el segundo miembro de la pareja.

3. Toda intervención institucional que a mi juicio no puede ser más que grupal, requiere de un equipo que pueda reconocer en el discurso grupal los diversos registros de articulación de lo psíquico. Así, cierta problematica individual puede ser leída en el momento de la intervención , cuando se la pone al servicio del esclarecimiento grupal y cuando a su vez es posible discriminar los aspectos afectivos de aquellos que implican ciertas luchas de poder , así como comprender a través de los atravesamientos institucionales lo que para quien está en juego en cada ocasión.

Tal vez donde más claramente es visualizable este entrecruzamiento es cuando se crea un espacio de escucha para equipos institucionales en burn-out. La cantidad de trabajo nunca fue un factor estresante por sí mismo. Sí lo es el funcionamiento institucional persecutorio, represivo, irracionalmente burocrático que cercena las posibilidades de apropiación del trabajo y del producto de éste. Los integrantes del equipo muchas veces se enfrentan por cuestiones aparentemente afectivas- con gran pasión – cuando lo que allí se juega puede ser la ideología de cada uno acerca del trabajo, y sobre la organización de éste que transparenta la ideología de la institución. De igual modo, conflictos entre los integrantes pueden responder a la reproducción de una cierta herencia ignorada en la medida en que los participantes se hacen cargo de lugares que son históricos. Se verá que aparece afectivizada una diferencia que tiene otro origen.

Otro ejemplo de lo anterior son los síntomas institucionales que necesariamente obedecen a grandes movimientos de condensación y desplazamiento donde varios de los registros se hacen presente. Su desmantelamiento supone el análisis pormenorizado de los diversos sentidos que para cada registro puede tener el síntoma incluso en el plano más «individual», por cuanto soporte corporal de la piel del grupo (Anzieu 1987)). Como se puede apreciar , el trabajo con un equipo en burn-out nada tiene que ver con des-estresarlo, sino con construir su novela personal-grupal-institucional e incluso trangeneracional, ya que la historia de la institución, del crecimiento, de los despidos, de los movimientos, de los conflictos intrainstitucionales y de los procesos grupales desde su fundación, son determinantes en cuanto a las posibilidades de situarse en el presente institucional reasumiendo funciones instituyentes (la construcción del proyecto institucional).

4. Un último elemento que aporta este paradigma es la posibilidad de un diagnóstico. No se trata de un etiquetamiento más, reacción impulsiva que busca el distanciamiento del objeto tanto como el control socio-político de él. Se trata de poder pensar en la línea del desplazamiento, aquello que corresponde a cada registro y aquello que aparece en un registro pero en realidad su origen está en otro lado. Para ilustrar lo anterior voy a utilizar de ejemplo el trabajo de Azocar, Casté y Soza (2003)en el cual muestran el movimiento intencionado a cargo del Estado que produce el desplazamiento del conflicto político al plano intrapsíquico. La consecuencia de este movimiento es que la lucha, la reivindicación de derechos, la puesta en juego del poder instituyente social es internalizado como un problema psicológico (personal) siendo vivido como impotencia, apatía y sobre todo depresión.

Dicho de otro modo, lo que es un problema de todos, grupal y socio-político, se convierte por medio de este mecanismo en un problema personal, por lo que cada quien debe recibir psicoterapia en tanto es «culpable» de su depresión. Se reprime en lo social internalizando el problema en lo intrapsíquico y se recurre a la psiquiatría como herramienta (por ej. a través del Ritalín) de control social y político .

Deseo mostrar que es desde el paradigma socio-institucional que es posible discriminar los diversos registros. Ubicado el analista en el paradigma «individualista» analiza como depresión aquello que es político resultando por tanto funcional al sistema.

Bibliografía

Anzieu, Didier (1987) El yo piel, Bib. Nueva, Madrid

Azocar, ML.,Casté,T.,Soza, P. (2003)El conflicto político: lo innombrable del conflicto psíquico, inédito.

Bion, W.R. (1963) Experiencias en grupo, Paidos, B.A.

Clastres, Pierre (1974) La Société Contre L’Etat, Les Ed. de Minuit, Paris

Foulkes, S.H. (1981) Psicoterapia Grupo-analítica, Gedisa, Barcelona

Guattari, Féliz (1976) Psicoanálisis y transversalidad, S. XXI, México DF.

Lourau, René (1980) El Estado y el inconsciente, Kairos, Barcelona

Piochón-Rivière, Enrique (1979) Teoría del vínculo, Nueva visión,B.A.

Tisseron, S. y otros (1997) El psiquismo ante la prueba de las generaciones, Amorrortu, B.A.