El grupo en tanto hecho, en su nivel meramente empírico, no fue un aspecto por el que Pichón se cuestionara, aunque tal vez recoge con su reconocimiento hacia Kurt Lewin. Posiblemente Pichón habría aceptado las más clásicas definiciones de grupo formuladas por la sociología estructural funcionalista y que aluden a un entramado simbólico que provee de una estructura compuesta por lugares desde los cuales se ejercen ciertas funciones. Lo que les interesó estudiar fueron la descripción de los aspectos visibles y observables del grupo en tanto objeto de la empiria : roles y sus asunciones y adjudicaciones, liderazgo positivo, negativo, laisse faire, etc.
Pichón también construye un nivel manifiesto del grupo: con el encuadre más la tarea, instala esa trama normativa, estructurante, que fijando ciertos roles, los de la coordinación, hace posible la instauración de los demás lugares según su relación particular con la tarea.
Se podría entender que a Pichón no le interesó discutir la conceptualización del grupo en su estatuto descriptivo, le interesaba tomarlo como el dispositivo que usaba para trabajar. Su instrumento para observar y explicar ciertos fenómenos que si atrajeron su atención. Me refiero a su interés por explicar (ya no describir) fenómenos que guardan relación con la dinámica del grupo y que discrimina con conceptos tales como mal entendido, secreto familiar, portavoz, chivo emisario, etc.
Cabe ahora preguntarse, pone particular atención a estos fenómenos. Fenómenos que se constituyen a través del montaje del dispositivo particular que es el grupo.
En su prólogo a «El proceso grupal» manifiesta que su «vocación por las ciencias del hombre surge de la tentativa de resolver la oscuridad del conflicto entre dos culturas». A continuación relata : ³…desde los cuatro años fui testigo y protagonista, a la vez, de la inserción de un grupo minoritario europeo en un estilo de vida primitivo. Se dio en mi la incorporación, por cierto que no del todo discriminada, de dos modelos culturales casi opuestos…». O sea que desde el inicio de su obra se declara instalado en los dos lugares o roles articulatorios del dispositivo grupal: testigo y protagonista, observador y co-pensor (que describe mejor la función del coordinador).
Así, el grupo es un escenario donde imagina el despliegue de un conflicto, la dramatización de un conflicto, el encuentro entre dos culturas.
De este modo, el grupo resulta ser el lugar privilegiado para observar los roles, que en su interacción, van dando vida a una determinada dramática. Portavoz que denuncia, chivo emisario que se encarga de las culpas, líder resistencial o del cambio, secreto que retorna en los fallos del lenguaje, mal entendido que impide siempre, finalmente, el encuentro, o mejor dicho re-encuentro del objeto, hacen a personajes y tramas que van permitiendo la puesta en escena y desenlace de un conflicto. Conflicto que se repetiría compulsivamente si no apareciera oportunamente la intervención de puesta en sentido que es la tarea que la coordinación ha de cumplir. Coordinación con una función simbolizante de aquello que se repite.
Pichón imagina al grupo como el dispositivo privilegiado para poner en escena la acción que encarna y desarrolla el conflicto constitutivo, aquel conflicto del cual finalmente se es hijo, o mejor dicho, que explica como es que se es este hijo, este personaje, este sujeto y no otro, tal cual él se acusa como hijo del conflicto entre el grupo minoritario europeo y el mayoritario? primitivo?. ¿Qué condensará Pichón en «europeo» y «primitivo»?. Pero, las cosas de este modo inducen a pensar al dispositivo grupal como la instauración de un lugar para el despliegue de la conflictiva particular constituyente de cada sujeto individual; y esto está lejos de la propuesta pichoniana.
En todo caso, esto es parte de lo que sucede con el montaje del dispositivo, pero en absoluto lo es todo ni lo más importante desde su óptica. Sus conceptos de verticalidad y horizontalidad permiten seguir pensando.
Su afirmación respecto del juego de la verticalidad y horizontalidad en el grupo, es que determinada verticalidad -historización de un sujeto- se sentiría «evocada» (por decirlo así) en un particular momento de la horizontalidad. Horizontalidad que alude a un presente que pugna por una puesta en sentido. Pero, en este presente, hay repetición del conflicto constitutivo. Podría hipotetizarse que es allí donde está ¿produciéndose?, ¿presentándose?, el inconsciente.
En «Una teoría del abordaje de la prevención en el ámbito del grupo familiar»,.Pichón define grupo del siguiente modo: «…grupo es un conjunto de personas articuladas por su mutua representación interna…». La tarea, sentido del grupo y la mutua representación interna hecha en relación con la tarea, constituyen al grupo como grupo». Vale decir que la horizontalidad del grupo, la escena del presente del grupo, es efecto de la mutua representación interna que las diversas personas tienen entre sí en función del sentido del grupo, su tarea. Es desde aquí, que alguien será portavoz, chivo emisario, líder resistencial, etc. Pichón dice en su artículo ³Estructura de una escuela destinada a la formación de psicólogos sociales², que: «…lo vertical del sujeto y lo horizontal del grupo, se articulan en el rol…». Entonces, portavoz, chivo emisario, líder resistencial, son personajes mediante los cuales, en el aquí y ahora de la sesión, su horizontalidad, el grupo escenifica los conflictos que se despiertan en él, al asumir el sentido del grupo, su tarea. Pero, a su vez, este conflicto escenificado es repetición del conflicto propio de los diversos «grupos internos» que determinan la representación que cada uno se hace del otro en relación a la tarea. Se podría, por lo tanto hipotetizar que la horizontalidad del grupo es un producto de compromiso, una especie de síntoma que denuncia las dificultades, vale decir las angustias que persisten y que plantean como inacabado el proceso constitutivo del sujeto.
El grupo articula historias de constitución y les presta un escenario. Esta afirmación es consecuente con la tarea del coordinador: interpretar, poner en sentido, estas angustias que dificultan el abordaje de la tarea.
Parece lógico ahora preguntarse por cuál es el objeto de estudio de los coordinadores, los investigadores del grupo. Sabemos que Pichón postula que la enfermedad única (situación depresiva básica y posición esquizoparanoide), la estereotipia de las técnicas del yo, la teoría del vínculo y la noción de grupo interno, son los fundamentos teóricos acerca de la operatividad del grupo.
Mediante estos «fundamentos teóricos» Pichón busca dar cuenta de la grupalidad. La grupalidad es el objeto de estudio, es el objeto que la teoría ha construido para dar cuenta, explicativa, de los fenómenos grupales. Es el objeto para los investigadores-coordinadores. Pero, para hablar de grupalidad es necesario separarse algo de Pichón pues no fue un concepto o noción que haya usado explícitamente.
Grupalidad alude a la persistencia de aspectos indiscriminados del yo en sujetos constituidos y que, privilegiadamente, se ponen de manifiesto cuando la persona está sometida a una situación grupal. Es por esto mismo que el dispositivo grupal es buen instrumento para intentar elaborar estos aspectos.
Se podría demostrar que Freud, también Pichón, y en cierto sentido Melanie Klein, entienden que el yo es un producto de un trabajo psíquico tendiente a «adueñarse» de un cierto sentido de lo vivido que finalmente provee de una cierta identidad. Podría decirse que ésta existe en tanto hay un yo que reconoce una historia como propia y que le sirve para explicarse quien es y porque es como es en cada presente. Pero los asientos o cimientos de este yo son la indiscriminación.
Retomando a Freud, esos tiempos de indiscriminación son aquellos del narcisismo primario (del Yo y el Ello). Entonces las cargas de objeto por la pulsión eran directos desde el ello, no había un yo que las mediara y por lo tanto, representación del encuentro con el objeto coincidía con la representación de lo que se era. En otras palabras, no existía un mundo externo sujeto a leyes propias, ajenas; todo era subjetividad, incluidos los propios atributos. Es sólo a través de un largo y doloroso trabajo que esta ilusión alucinatoria del ser único se irá rompiendo e irá surgiendo un sujeto que habrá de reconocer que el objeto es distinto de él. No importa desde aquí nuestra marca como sujetos deseantes, sujetos añorantes de ese tiempo que no fue pero en el que se pudo alucinar la realización del deseo. Es así como para Freud la oposición respecto de lo social no es el individuo, sino el narcisismo primario: desconocimiento de sí mismo como sujeto y del otro como objeto, desconocimiento de cualquier ley que los ubique en un determinado lugar para mirar el mundo. Pasarán muchas cosas y quedarán muchas huellas de la protesta que trae la imposición de tener que renunciar a una visión de mundo marcada exclusivamente por el propio deseo. Freud en «Psicología de las masas y análisis del yo» define a una masa primaria como «una suma de individuos los cuales pusieron un mismo objeto en el lugar del yo ideal y por esta causa se identifican unos con otros». Yo ideal es la noción mediante la cual Freud hace alusión a como el yo instancia, el yo ya estructurado, se relata esos primeros tiempos fundantes, los del narcisismo primario, y estos aparecen como ese momento en que se era un todo con la madre, se era su objeto de deseo, aquel que la completaba, se realizaba el deseo de la madre. No había entonces más mundo, allí nada faltaba. Se era todo, todo lo que ella quería. En el mismo texto Freud dice: «..la masa se homogeniza por la identificación con un líder y se vuelve predispuesta a la sugestión…». ¿A la identificación con el líder la ubicará como yo ideal o como ideal del yo?; discusión posible pues sabemos que Freud en ocasiones utiliza indistintamente ambos términos pero en otros los discrimina. Si la identificación es al líder-padre, es como el retorno a momentos edípicos (ya no de narcisismo primario) que se podrían imaginarizar con el mito de la horda primitiva donde el padre arbitrario no hereda a sus hijos sus atributos de hombre y estos tendrán que matarlo y comérselo para repartírselo, adquirir sus atributos, y en todo caso, venerarlo como a un tótem, un dios, pero no de este mundo, de un más allá que habla y ordena pero que en el aquí dejó un lugar que muchos puedan ocupar: el del padre, el lugar del representante de una cultura y una historia que ha de recrear junto a otros.
Sea el narcisismo primario, sea el Edipo , en todo caso se trata de tiempos en que el sujeto psíquico aún está «enredado» en esos primeros conflictos que hablan de su dificultad para asumirse como un ser social más, con su deseo y su derecho a caminar por el mundo intentando re-encontrar a su objeto, pero haciendo los rodeos necesarios y asumiéndose como ser de una cierta cultura e historia; cultura que comparte con otros a través de ciertos códigos, básicamente el lenguaje.
Las angustias que acompañan a las rupturas de estos fantasías de completud son angustias muy primarias. Freud habló de angustia oceánica.
Pichón al contrario que Freud, no habla de pulsión como concepto base del conflicto, como aquel último elemento para el análisis. Pichón, en su lugar, habla de vínculo. Su objeto de estudio no es el inconsciente, es la grupalidad.
Pichón define vínculo como una ampliación del concepto de relación objetal y dice específicamente «…una estructura compleja, que incluye un sujeto, un objeto, su mutua interrelación con procesos de comunicación y aprendizaje».
Amplía el concepto de relación objetal de M. Klein porque para él, el objeto de esta estructura relacional básica no es pasiva como lo es para M. Klein. Para Pichón el vínculo es dialéctico en tanto el objeto modifica al sujeto y éste al objeto, por lo tanto se da un determinado aprendizaje, cuyo vehículo, según Pichón es la comunicación.
Para Pichón el sujeto se constituye en conflictos vinculares, por lo tanto, para él lo grupal es escenario e instrumento para la constitución del sujeto. Lo intrasubjetivo, para Pichón, está estructurado como un grupo: el grupo interno. Grupo interno lo define del siguiente modo: «…un escenario interior en el que se reconstruye la trama vincular en la que ese sujeto está inmerso, trama en la que sus necesidades cumplen su destino de gratificación o frustración…» (1).
Entonces y para finalizar repitiendo a Ana Quiroga, para Pichón, la psicología social no es una psicología de los grupos, sino una reflexión acerca del sujeto y su comportamiento y, creo que cabe agregar que también de su constitución.
(1)A. Quiroga » Enfoques y perspectivas en psicología social» Ediciones Cinco, pag. 82.