Fantasías, mitos y sueños: del individuo a la familia (Anne Loncan)

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Fantasías, mitos y sueños constituyen una reserva de contenidos psíquicos que, una vez revelados al interior de la estructura del grupo en la terapia psicoanalítica familiar, son usados como indicadores en varios niveles: por un lado su naturaleza y cantidad proveen de preciosas indicaciones para la diagnosis al comienzo de la terapia, por otra parte, la modalidad con la que emergen y se modifican más o menos fácilmente indica el grado de flexibilidad puesto en juego en el funcionamiento psíquico de la familia y, en fin, cualquier eventual resultado terapéutico puede ser evaluado gracias a ellos.

Entre ellos, los sueños y las fantasías asumen una polaridad individual intrapsíquica y son en gran medida inconscientes, mientras que los mitos emergen más o menos como una amplia narración transmitida para uso del grupo y que no logra sobrevivir en relación a las creencias individuales todavía compartidas. La parte consciente predomina en ellos, si bien no exclusivamente. Veremos cómo estas formaciones mostrarán la grupalidad psíquica y su trabajo como organizadores de la psiquis de la familia en un nivel intersubjetivo.

Hace algunos decenios, la fantasía aún estaba sólidamente anclada al lenguaje médico, en el que era representada como una ilusión, una suerte de alucinación. Con Freud y el psicoanálisis, ella ha adquirido un status científico y un valor capital. Dado su éxito amplio y duradero, ningún otro concepto psicoanalítico ha sido más aprovechado. La sola y simple frase “¡Es una fantasía!” –en cada conversación cotidiana –es suficiente para invalidar cualquier observación. De hecho, la esencia de su definición retoma la idea de una formación imaginaria en la que el sujeto está ahí y mediante la cual hace realidad un deseo; su estado es consciente e inconsciente y, para consentir a que se desarrolle, la defensa lo altera subyugándolo.

Lo que importa de su aparición en lo consciente es que la fantasía permanezca asociada con su inconsciente y también con sus raíces originales. Puede considerarse como una unidad psíquica organizadora que, al mismo tiempo crea un puente y una barrera entre angustia y pensamientos, introduce una función metafórica en la psiquis. Como un fragmento de la realidad psíquica en el universo mental de cada uno de nosotros, la fantasía une y se mueve al unísono con otros tipos de estructuras similares, siempre orientadas secretamente.

Su más pequeño común denominador debería ser la fantasía primaria (para decir que aún está asociada a los orígenes), que puede sumir cuatro formas simplificadas (vida intrauterina, seducción, escena primaria, castración).

La universalidad de estas fantasías –tal como lo veremos- es la que conferirá la función organizadora de la familia (A. Eiguer, 1987).

Organizador cultural del grupo, el mito aporta la ventaja de un estado psíquico ligeramente distinto, que navega en la interfaz entre consciente e inconsciente. Entre social e individual, privado y público, íntimo y manifiesto.

Si los mitos han ocupado un lugar prominente en la investigación teórica del psicoanálisis y en su desarrollo, es porque ofrecen un material abundante en el cual la producción psíquica, común a todos los hombres, puede ser rastreada y examinada. Los mitos compartidos son organizados y vehiculados en creencias, se prestan particularmente a la interpretación por su cercanía con los sueños y fantasías (A. Green, 1992). Necesariamente conscientes en su expresión formal, se anclan en el inconsciente donde encuentran sus orígenes y conceden un conocimiento profundo de los aspectos culturales, sociales, grupales y familiares del funcionamiento psíquico.

Provenientes del inicio de los tiempos, nos explican el mundo, su origen y el de la humanidad. En la interfaz entre creación colectiva y producción psíquica individual, se apoyan en el pasado y en la dimensión de lo sagrado para dar origen a las representaciones que son útiles para todos, toman parte en la constitución y mantenimiento de los vínculos entre los individuos del mismo grupo. Objeto de creencias más o menos fuertes, en cuanto dejamos de creer en ellos, su mecanismo deja de operar. La tradición oral no deja nunca de transformarlos y mejorarlos. La tradición escrita deviene su eco, así como puede verse en literatura y teatro.

Respecto al grupo familiar, hemos sido capaces mediante la analogía, de descubrir “mitos” que trabajan de manera similar. Se ubican como fundadores y lo hacen de dos maneras: no sólo aclaran el el origen de la familia, los progenitores, los padres y sus contemporáneos, sino que también son fundadores de la familia actual, en el sentido que contribuyen al mantenimiento del sentimiento de pertenencia y promueven la génesis del “sí mismo familiar” (A. Eiguer; op. Cit.). De maneras condensadas o también distorsionadas, los mitos de la familia acarrean lo que define el estilo de vida y los pensamientos que al interior del grupo familiar indican la naturaleza de las asociaciones y qué las mantiene o las destruye.

Instrumentos preciosos de transmisión, reúnen contenidos psíquicos esenciales de las generaciones precedentes y acogen aquellos producidos por el actual núcleo familiar, de modo de reformular ideas sobre bases prexistentes o de crear nuevas ideas. En ambos casos el trabajo consiste en un proceso de transformación o, como sucede a veces, en un proceso mitopoiético.

Si bien diversos autores sistémicos han sido capaces de enfatizar su función como mecanismo de defensa que apunta al mantenimiento de la homeostasis familiar, los mitos familiares nos parecen primaria y principalmente factores de protección que ayudan a constituir la identidad de la familia y, como tales, a la propia identidad del sujeto.

A través de nuestra experiencia en psicoanálisis familiar, hemos podido observar el punto débil de los mitos, en el sentido de cuán difícil es individualizarlos y, en ausencia de ellos, de qué manera los vínculos familiares se ven rigidizados en formas patológicas.

Es así que los mitos proporcionan muchas informaciones acerca de los malos funcionamientos familiares. Si aumentan o vuelven a aflorar, podemos considerar esto como un signo de progreso en el curso de la terapia.

El motivo de la aumentada flexibilidad de la familia contemporánea, en la que la viudez ya no es –y desde hace tiempo- la causa principal de la separación de la pareja, preocupa que la fuerza y persistencia de los mitos de la familia tradicional puedan sufrir profundamente. Su función de organizadores psíquicos de la grupalidad familiar puede verse dañada y, en consecuencia, no ser capaz de servir como recurso narcisista contra factores ambientales destructivos. Es verdad que las representaciones provienen del mundo externo respecto al yo o al grupo familia, alimentados y estimulados por la actividad psíquica, pero quizás pueden invadirlo y sustituirse a los mitos familiares al punto de producir una despersonalización o un mayor o menor vaciamiento del sí mismo familiar.

Cualquiera sea la gravedad del estado psíquico de la familia, el trabajo reconstructivo deberá tomar la dirección hacia promover un aumento de la fantasmática familiar. El inter-fantasear se descubre en el grupo durante la terapia y en particular respecto a los sueños.

Mientras dormimos y soñamos, todos nosotros nos precipitamos en nuestra propia individualidad, en nuestro inconsciente, lugar en el cual podemos experimentar sus características inescrutables y al mismo tiempo su repetitividad. La interpretación de las historias del sueño, tradicionalmente privilegio de chamanes y adivinos en cada civilización, cambió radicalmente con el nacimiento del psicoanálisis. De ahí en adelante, el sueño ya no hace eco al mito, el pasado será más importante que el futuro y los soñantes juegan un rol activo en esto, primero durante la elaboración de la historia del sueño, luego –en un segundo momento- cuando las asociaciones producidas libremente será, usadas como soporte de la interpretación del sueño, el soñante mismo colabora con el analista.

De acuerdo con Anzieu (1985) y Missenard (1987), el involucramiento en el sueño reviste tres funciones: la de contenedor, barrera y membrana activa. En esta última función, el sueño facilitará la comunicación entre varias partes de la investidura psíquica, ayudando a mantener el revestimiento narcisista en buenas condiciones y trabajando en la dirección de su renovación consecutiva al trauma.

Soñar con los ojos abiertos no está lejos del soñar efectivo, si bien presenta libretos más elaborados y una secundarización más obvia. Es el estado real de soñar –más que los contenidos del sueño- lo que nos consiente a superar el nivel del grupo familia y también a esclarecer la posición ocupada por el sueño al interior del narcisismo familiar, desde una perspectiva terapéutica psicoanalítica. La intervención de un sueño materno en vigilia en el primer momento de la vida del niño, es ahora identificado correctamente y reconocido. Se demostró su condición de insustituible para la formación de la función alfa (Bion, 1962) e impulsa la creatividad en sentido bilateral (con la madre y con el niño) y recíproco (la reacción de uno es necesaria para la creatividad del otro) y de intercambio mutuo (los beneficios son compartidos y re-investidos). Este ejemplo de funcionamiento intersubjetivo de base, da una idea de lo que puede ser tal funcionamiento psíquico del grupo-familia, en el que los sueños, mitos y fantasías se encontrarán.

Siendo sustancialmente individual, el sueño contado en una terapia psicoanalítica de familia, al salir a la luz adquirirá propiedades terapéuticas, las mismas de la terapia individual. Los contenidos psíquicos ocultos al interior de su organización son objeto de análisis de cualquiera, el terapeuta mantiene la atención sólo sobre el efecto grupo que ellos mismos producen. Con el objeto de incitar a los soñantes a contar la historia de sus sueños, estos deberán sentirse seguros de la atención puesta en el sueño de parte del grupo total.

El sentimiento de seguridad interna suficientemente fuerte está garantizado por la estructura y la capacidad de contención del analista. Cuando un sueño genera un eco en la psiquis del grupo (las vestiduras de la psiquis del grupo de Ruffiot), se producen asociaciones, la familia juega con las fantasías difusas del sueño hasta verse envuelta en fantasías circulares que podrían, por ejemplo, abrir el camino hacia lo generacional. Sobre el proceso grupal se podría decir que el sueño es objeto de la elaboración terciaria (Missenard, 1987). La dinámica del grupo familiar medirá su fuerza o su debilidad de acuerdo a la importancia de la puesta en juego del inter-fantasear.

La relación entre fantasía, mitos y sueños

Unidos a la vida psíquica de la familia, estas estructuras aparecen mezcladas en el contexto de la terapia psicoanalítica familiar. Son tanto grupales como individuales, no solo en la manera en que surgen en la mente, sino también porque reforzados por el efecto de una multiplicación metafórica –más que de una yuxtaposición- reciben un nuevo significado. Devienen universales como experiencia común a todos nosotros y además alcanzan ineludiblemente los orígenes-también a través de la función primaria – el mito o incluso el sueño de nudo inalcanzable. Si la universalidad de la experiencia onírica predispone a compartir, las intenciones de la fantasía son capaces de volver a hacer eco en cada uno de nosotros, así como a alimentar las asociaciones, y esto, de modo particular cuando se trata de la fantasía primaria elemental: nos lleva directamente a cierta familiaridad, podemos considerarlas como prototipos de lo que puede ser inmediatamente compartido (A. Eiguer, 1987). El mito de la familia permite también el mantenimiento de una óptima capacidad grupal para compartir, dada su génesis y su función. En efecto, por un lado puede ser definido- como dice Roland Barthes- “una palabra elegida de la historia”, en otros términos, una palabra ancestral, repetida, puesta al día y adaptada al presente. Por otra parte, su verdadera tarea es fundar el sentimiento de pertenencia a la familia. Entonces, la cuestión de los orígenes filogenéticos de estas relativas estructuras mentales, fantasía, mito y sueño, serán buscados ipso facto más allá de su ontogénesis. Después de Freud, esta cuestión merece ser tomada en consideración en relación a los instrumentos usados en el trabajo con la familia que son tan familiares para nosotros. La herencia de estas habilidades y de los constructos psíquicos no debería estar lejos de lo que Freud había imaginado, hipotetizado, más o menos teorizado, sobre la transmisión filogenética, explicando su persistencia fantasmática mediante huellas mnésicas operacionales a través de las generaciones.

Contrariamente a la hipótesis filogenética formulada por Freud, que ahora puede ser considerada como una transmisión de fantasía (D. Benhaim, 2007), la teoría actual de la transmisión intergeneracional explica –respecto a otros autores, el anclaje ancestral de tales contenidos psíquicos y su acomodación en los vínculos de afiliación y alianza (A. Eiguer, 1987, 1997, 2001, 2006).

Es importante ver cómo estos diferentes parámetros psíquicos confluyan conjuntamente y tomen lugar –como organizadores – en el centro de la vida psíquica grupal de la familia.

Grupalidad psíquica inconsciente y vínculos familiares

Varios estudios e investigaciones teóricas han contribuido en sostener la hipótesis reivindicando que las producciones psíquicas grupales, que caracterizan la vida psíquica de la familia, pueden ser ubicadas en el funcionamiento psíquico arcaico. Para resumir estos varios pensamientos, muy a menudo provenientes del psicoanálisis, interesado en el niño y en su desarrollo, nos referiremos como paradigma a la frase de André Ruffiot (1961), en la que sostiene que “el yo psíquico primero puede ser considerado como una psique abiertamente orientada a los otros”. Su supervivencia y su renacimiento en grupo y en situaciones familiares, tanto como su conjunción con otros yo primarios en la familia, debería garantizar un lugar central en el compartir psíquico, en particular en un nivel inconsciente.

Por lo tanto, en el proceso de grupo está en acto un aspecto particular del inconsciente, que sin embargo no determina la desaparición de otras fuentes y manifestaciones inconscientes exteriorizadas al interior del trabajo psicoterapéutico con la familia. Más bien no lo caracterizan por cuanto la estructura familiar no es la condición apta para que emerjan.

Podemos subrayar además que, a través del juego de las identificaciones, de las representaciones de sí y de los otros y del desarrollo de la imago, el inconsciente es el lugar de la grupalidad por excelencia. El objeto- grupo (Ruffiot, 1981), estará más o menos influenciado por los cambios estructurales en la familia, en particular cuando sobrevienen en el primer año de vida y sobredeterminan cada eventual debilidad proveniente de las generaciones precedentes.

El espacio psíquico y arcaico de la familia es el lugar en el que realmente son depositados los mitos, donde las fantasías encuentran ubicación, especialmente en su formulación original, y donde los sueños se sumergen. Es este el lugar donde se encuentran las asociaciones mentales, los vínculos nacen desde el principio en la intersubjetividad, cargados de objetivos de cambio y teñidos de afectos, fantasías y representaciones emotivas.

El vínculo, si lo definimos tal como lo hizo A. Eiguer, como resultado de una mutua investidura entre dos personas, se libera así del concepto de relación de objeto. La parte económica del vínculo está coloreada por la naturaleza de los afectos que lo atraviesan; de la misma manera, los cambios, la mutación y calidad del vínculo ayudan a definirlo. Entre dos personas, la relación podría ser de preferencia narcisista u objetal y oscilar entre estos dos polos en base a cuanto se haya activado. Se crea así una huella interna y a menudo inconsciente, de los eventos pasados que enriquecen a los objetos internos dejados frecuentemente “en suspenso”, se acrecienta la integración de nuevos aspectos potenciales y se deja restructurar por lo que acontecerá después.

La relación es proyectada doblemente: del sujeto al objeto y viceversa, en su incesante desarrollo desde que es activada, ya sea internamente como en presencia de otro, manteniendo el funcionamiento intersubjetivo. No obstante todo, la teoría de las asociaciones no parece renunciar a la metáfora tópica referida a un sujeto distinto que muestra su mente; da cuenta de forma más completa y compleja del continuo proceso de transformación que modifica el espacio interno de cada una de las mentes ahí comprometidas, en relación a las investiduras, ellas también sujetas a variaciones. Acrecentado, subrayado e intercambiado mutuamente, el vínculo se constituye y trabaja bien sólo si las investiduras resisten sin colapsar a lo largo de las fluctuaciones. Una vez que se ordenan, ofrecen un soporte estable más o menso diverso respecto a sus raíces arcaicas.

Cuanto más que la psiquis esté marcada por la individuación, luego por la subjetivación, más balanceada será la revisión de las asociaciones establecidas. Estas podrían tener una larga vida de evolución: la existencia de la asociación supone una relación constante con el polo interno de cada uno de sus sujetos. La asociación que actualmente se pone en juego, debería ser siempre creíble, ser ubicada por un retorno que tal vez pueda depender sorprendentemente de lo que haya sucedido y tomar lugar en la experiencia de cada persona.

Los cuatro niveles de la asociación, tal como los definió Eiguer – arcaico, onírico, mítico, extendido (A. Eiguer, 2001)- conforman la función del vínculo que conocemos como vector para la actividad fantasmática compartida, incluyendo la fantasía primaria que soporta la vigencia del mito, promueve los sueños diurnos y los sueños, estando todo ello bajo la hegemonía del IV nivel dominante: las asociaciones son reguladas por las prescripciones y bandos específicos para cada una de ellas, según el autor ya citado.

El grupo, como campo de prueba para la intersubjetividad, pone en juego un nivel particular de activación y elaboración de la asociación. Movilizando tanto los aspectos más indiscriminados como los más definidos, simultánea o sucesivamente, jugando en un espacio que se ha vuelto más complejo, en el que mutualidad (reciprocidad) y mutualización (la puesta en común) están operando.

El juego de contribuir con las fantasías, con los mitos y con los sueños para beneficios o perjuicios de la grupalidad psíquica, mientras está animado por las asociaciones, nos podrá introducir al concepto de intersubjetividad: La asociación parece en fin el testimonio del pasaje desde lo interpersonal actual a lo intersubjetivo, es decir que trabaja con el fin de construir el mundo interno, que también es suyo y, por lo tanto, tiende a la subjetivación.

Desde el compartir a la intersubjetividad familiar

Las diversas acepciones del concepto de intersubjetividad tienden en verdad a confundirnos. Muy a menudo este término ha sido usado sin haber sido definido y, no por esto, de modo exclusivo o vago.

Para los autores norteamericanos, de los cuales Stolorow es el precursor, la intersubjetividad apunta en primer lugar y más que nada a cambiar la noción de subjetividad y la metáfora espacial que la define como entidad separada, por una nueva conceptualización en la cual los “sistemas” intersubjetivos toman lugar ahí; estos están fuertemente contextualizados y su modelo debería ser lo que une analista y análisis.

Algunas opiniones se refieren al “debate intersubjetivo”, otros sostienen que la psiquis, reducida a un constructo relacional, está constituida por interacciones (Mitchell). Para Aron, la psiquis tiene una naturaleza diádica, social, interactiva e interpersonal. Podemos ver cómo al interior de estas perspectivas, interpersonal e interactivo son usados como equivalentes de intersubjetivo y el concepto de inconsciente es abandonado o ha desaparecido de la escena psicológica.

Negando la imagen de una ubicación espacial de la psiquis, estos autores determinan el debilitamiento de su contraparte, la temporalidad. Espacio y tiempo son vueltos a emplazar desde el concepto de contexto. Por lo tanto, la influencia de uno sobre otro no puede recibir ninguna asignación tópica y-a largo plazo – la habilidad de los efectos intersubjetivos no es tomada en cuenta como parámetro. Tomando esto como referencia para reflexionar sobre la intersubjetividad, podemos llegar a considerar este concepto como “heterogéneo” respecto al pensamiento psicoanalítico (Bydlowski, 2004). Según R. Roussillon –al contrario – el concepto de intersubjetividad tiene su lugar al interior del corpus psicoanalítico, por lo menos cuando se refiere “a la existencia de una dimensión inconsciente de la subjetividad que une la idea de pulsión a la sexualidad”.

Esta organización puede ser cumplida con buenos resultados para designar lo que ocurre en la mente de dos o más sujetos que crean una interacción mutua, un intercambio de afectos, fantasías y representaciones o pensamientos. Previamente, la concentración se sigue de un momento activo en el que las adquisiciones y las transformaciones internas implicadas en la mente, trabajan en un nivel inconsciente, conforme a los procesos que no son instantáneos ni definitivos. Desde su origen efectivo, la intersubjetividad rige la creación y la evolución de las asociaciones, alimentando así la grupalidad psíquica de la familia. En el sujeto de la asociación no está implicado ni equilibrio ni simetría, así como el peso de la subjetividad de uno o del otro es ilustrado por la asociación intersubjetiva en crecimiento entre el neonato y su madre o su padre. Es el vínculo que al mismo tiempo hace que un pequeño humano esté radicado respecto a su propia descendencia de uno de sus padres y, a su vez, padre de otros.

Noción relativamente nueva en el campo teórico del psicoanálisis ‘general’, en el cual es protagonista de intensos debates, ‘intersubjetividad’ encuentra una particular pregnancia en el campo del psicoanálisis familiar. Pensamos que puede ser expresada más plenamente en el juego, también con intervención del psicodrama, del dibujo,del juego simbólico o con el humor y espíritu de juego que desemboca en el espacio de la transferencia-contratransferencia.

Juego e intersubjetividad

El juego, libre de riesgo afectivo alguno y de reglas ficticias, parece costarle muy poco a la economía psíquica. Oscilando entre realidad y vida fantasmática –que está entrelazada por inclusiones recíprocas, muestra cómo el espíritu del juego puede perdurar y no ser solo un privilegio de la infancia. En psicoanálisis familiar constituye una ayuda esencial que ofrece varias salidas a la creatividad y constituye un terreno ideal para las asociaciones libres: el juego puede emerger en cualquier momento de la sesión, bajo varios aspectos, tanto con adultos como con niños; es posible que su presencia o su ausencia representen indicaciones valiosas sobre el funcionamiento intersubjetivo que opera en la familia.

El descubrimiento hecho por Winnicott del espacio potencial en el cual el juego del paciente y del terapeuta puede encontrarse, constituiría el inicio de la intersubjetividad. Pero en la terapia familiar, no podemos recurrir solamente a lo que sostiene el autor, un autor que funda el mismo juego en el área transicional situada “en la superposición de dos áreas lúdicas, la del paciente y la del terapeuta”. La dimensión de la intersubjetividad se siente limitada en esta concepción, si bien conocemos la importancia de teorizar los efectos del juego en la terapia individual. La confusión de todas las potenciales áreas de juego al interior de la familia faltaría, debería situarse en un mismo nivel en el que las tres dimensiones están implicadas por las sustanciales diferenciaciones: separaciones de las mentes, diferencia de sexos y de generaciones. Esto es en su máxima expresión lo que podría suceder a veces en familias en crisis, en las que hay una regresión, o también presencia de una continuidad estructural cuando el funcionamiento psíquico de la familia es duramente y crónicamente dañado, reducido a una indiferenciación primaria que, al mismo tiempo es la base y el retroceso de la grupalidad psíquica familiar.

La presencia efectiva en terapia de las dos últimas generaciones, introdujo una tercera dimensión intrínseca asociada a procedimientos: el gap generacional amplifica la complejidad, podríamos correlacionarla con una comprensión amplia y flexible de la intersubjetividad, un preámbulo del que no podemos prescindir.

La intersubjetividad, consecuencia y condición de juego en psicoanálisis familiar, nos lleva a comprender que es un factor determinante tanto para el terapeuta como para el grupo de pacientes, y tiene análogas cualidades mentales para uno y para el otro.

Reconocemos aquí una asimetría entre analista y paciente –familia, que es similar a la que observamos en las relaciones precoces entre el neonato y su madre (o ambiente materno): no es tan solo una modalidad de “jugar con”, sino que más que nada es una facilitación nuestra para el juego, comprometiéndonos incluso físicamente en un registro caracterizado por receptividad y flexibilidad. Estas cualidades nos son requeridas en nuestra práctica; nos permiten mantener un punto de vista distanciado del nuestro y considerarlos de manera móvil y progresiva, despliegan sus alas en una seguridad relativa, sostenida por una fuerte estructura; para el adulto, el juego es ante todo tiempo y espacio para pensar, lejos de la presión de la realidad.

Al interior de una estructura psicoanalítica de la familia, lo que se hace en el grupo, le da al juego una intención que no está exenta de efecto sobre sus conenidos y su dinámica. El juego introduce una escena en la que las fantasías y las representaciones oscilan a su alrededor en espera de un anclaje y a veces también algún autor puede lanzarse. El GAP generacional, vuelto tangible por los procedimientos, ayudará de modo particular a las producciones mentales ligadas a la fantasía primaria y la estructura simplificará su circulación en los vínculos intersubjetivos.

Escenas de la vida familiar compartida

La fantasía primaria

Tanto a nivel familiar como a nivel individual, la fantasía primaria reviste una forma prioritaria: anclada en la vida pulsional, la fantasía primaria no sólo permite que se activen los pensamientos relacionados con el origen, sino que también promueve la sexualización. Desde su nacimiento hasta los momentos clave del desarrollo de individuo (la adolescencia, el primer amor, la paternidad, el duelo), facilita el acceso a instancias de diferenciación y de crecimiento de la organización familiar. Tal como lo subrayó Alberto Eiguer, “La fantasía primaria nos permite jugar y ser algún otro” (1987), y la multiplicidad de situaciones que ofrece al sujeto (observador, partícipe, activo, pasivo) le atribuyen un status universal.

Es entonces el típico soporte del compartir fantasmático, a causa del infaltable eco que encuentra en la familia. Las representaciones de unos asociadas a las representaciones de otros, serán la matriz del tipo de ilusión narcisista descrita por Didier Anzieu en los grupos.

En la familia B., Jacques, de 9 años, segundo de tres hijos, fue el motivo de la primera consulta a causa de una evidente pérdida de interés por los conocimientos. Después de una serie de entrevistas preliminares, se propuso una terapia familiar psicoanalítica, por la presencia de varios factores somáticos y psicosomáticos al interior de la familia y por la idea de que la madre sufriese una depresión crónica. Desde la primera entrevista, fue el más pequeño quien trajo a su hermano en una serie de asociaciones en las que aparecía una fantasía sobre la vida intra-uterina como inicio de la escena, enfrentando implícitamente la calidad de la relación intra-uterina con la madre.

Jules, 6 años: ¡Es un asco ser el último!

Jacques, 9 años: es porque ya no hay espacio en la guata de mamá;

Jules: yo quería salir rápido de la panza de mamá; ¿Todos?…porque estaba hambriento;

Jacques intenta crear algo diverso y descalificar lo que el hermano está diciendo, pero al último se resiste, luego contradice a Jules de otra manera.

Jacques: puedes comer en la panza.

Los tres hermanos exponen su teoría sobre cómo se alimenta el feto.

Jean, el mayor: pasa a través del cordón umbilical; Jacques: hay un tubo que pasa por el agujero de la panza;

Jules: el bebé abre la boca y come como los peces en el acuario. Está en casa, en nuestras panzas, en la panza de mamá.

Los padres están admirados por la riqueza de estos comentarios, ellos también participan un poco pero luego dan un paso atrás. El inter-fantaseo los ha llevado efectivamente hacia una ilusión grupal sobre “la casa, nuestras panzas”. Algunos meses después, el padre retoma la misma fantasía primaria y la asocia a la fantasía de seducción ampliándola a la madre y a los muchachos. “¡Si tan solo pudiesen volver todos allá!” exclama, “¿Estarían todos felices?”

El mito de la familia

En la familia S, hay el mito de un antihéroe, el padre, que organiza la vida de la familia, a pesar de los rechazos de su mujer, bloqueando el acceso a una narrativa funcional familiar.

La familia está compuesta por la madre, sus gemelos, nacidos de una unión que se interrumpió antes del nacimiento de los gemelos. Los niños, dos varones, fueron reconocidos por el padre. Desde el primer momento de la entrevista se evidencia el problema que tienen con la afiliación, con sorpresa de la madre, quien había venido por la dificultad para criarlos y porque uno de ellos no está “orientado escolarmente”.

Después de una fase de la terapia en la que el sistema defensivo materno se refuerza en el juego, ocurre una interrupción de aproximadamente un año, antes de reanudar la terapia. Los dos muchachos aún buscan una explicación por su afiliación paterna. El grupo familia juega largamente sobre este tema y, gracias a la ayuda del juego se inicia una revisión de la afiliación hasta el proceso de descendencia, interrogándose acerca de una paternidad que queda como imaginaria y que opera como un mito organizador, forzado por el peso de una realidad paterna hecha de fracasos y de algún modo confirmada por las líneas marcadas desde la psicoterapia materna.