Llegué a Imola, ciudad que para mi, romañolo, conserva memorias políticas (Andrea Costa, Nenni) pero también tiene un valor semántico vinculado al manicomio. “Lo llevaron a Imola”, se decía, “mira que te mando a Imola” se usaba como amenaza chistosa, pero no tanto. Imola es el manicomio del tío loco de Amarcord.
Voy a encontrarme con Ernesto Venturini, que conozco desde hace tiempo, en la sede del Departamento de Salud Mental. Vamos a almorzar al “Parlaminté”, una agradable hostería rica en recuerdos anárquicos.
– ¿Cuéntame, cómo es que te encuentras aquí en Imola, cuál ha sido tu recorrido?
Estudié en la Universidad Católica de Roma. A comienzos de 1968, titulado hacía poco, tenía funciones de enseñanza en psiquiatría. Me consideraba afortunado y estaba satisfecho de mi trabajo. Me encontraba en un trayecto dominado por certezas. Los síntomas se adherían perfectamente a los diagnósticos y a cada diagnóstico le correspondía una dosis farmacológica precisa. Si el resultado no era un éxito, el no mérito era del paciente, por cuanto “non responder” (ni en esos tiempos ni ahora se acepta que los psiquiatras, los psicoanalistas o los psicoterapeutas pudiesen resultar “non responder” a las necesidades del paciente). Sin embargo, miraba con atención la experiencia que Basaglia estaba llevando a cabo en el hospital psiquiátrico de Gorizia. Estaba de moda pasar los feriados militantes en ese hospital (yo también lo había hecho) y uno de los textos que circulaba en las reuniones estudiantiles, verdadero objeto fetiche, era “La institución negada”.
Un buen día decidí dejar la capital por esa pequeña ciudad de provincia, dejé a mis espaldas una carrera segura para lanzarme en una aventura llena de riesgos. El mundo geométrico de los conocimientos universitarios ha sufrido una brusca subversión. Perdidas las certidumbres reaseguradoras, encontré la dialéctica y la duda: duda sistemática como método de conocimiento, pensamiento “débil” opuesto a la ceguera del pensamiento fuerte, saber práctico en lugar de un saber abstracto. El diagnóstico esmerado y el principio activo del fármaco, en ese contexto, perdían su significado absoluto. Fuera del setting y de la clínica universitaria, cambiaba la enfermedad…o, mejor dicho, cambiaban los enfermos. Todo estaba “contaminado”: los esquizofrénicos podían ser tomados en serio, la rehabilitación podía referirse a la sociedad y el enemigo ya no estaba adentro de las personas. El enemigo que a todos oprimía y limitaba tenía un nombre: ¡era el manicomio!
Siempre pensé que el manicomio, paradójicamente, podía ser asimilado a un buen texto escolar: consentía, en suma, en desenmascarar las mistificaciones de un saber “teórico”, sujeto a las exigencias del control social. No podía allí haber comprensión del evento enfermedad, ni posibilidad terapéutica – decía Basaglia – si existían carceleros y encarcelados. Cada gesto terapéutico, pero también cada evento psicopatológico (el delirio mismo del paciente, en sus contenidos e intensidad emotiva) asumía significados profundamente diversos, simplemente, según el hospital estuviese cerrado o “abierto”. En el momento en el cual se eliminaban las incrustaciones institucionales, se le quitaba a la enfermedad eso “doble”, que nos escondía su sentido.
Sastre solía decir: “si quieren ver una realidad donde se elabora un saber práctico, vayan a Gorizia”. La transformación institucional que allí estaba actuando había llegado a ser algo más que un proceso de reforma, era un lugar de elaboración colectiva, un nuevo saber teórico-práctico, un nuevo paradigma.
- ¿Fue tu elección de vida?
Indudablemente, y no me pesa haber dejado la universidad. Desafortunadamente la Academia quedó ajena, en todos estos años, al proceso de cambio. Y fíjate bien, estamos hablando de cambios epistemológicos, de una verdadera revolución copernicana. La universidad y el sector infestado de la psiquiatría en cambio, se quedaron inmóviles, subordinados a la cultura norteamericana y a los intereses de las industrias farmacéuticas. Si aun te fijas hoy día en las publicaciones científicas internacionales, puedes darte cuenta que la mayor parte de las investigaciones está referida al sector biológico sostenido por la industria farmacéutica.
Por otra parte, la misma Organización Mundial de la Salud acepta la contribución económica de las multinacionales farmacéuticas para algunos de sus proyectos y yo sigo pensando que nadie regala algo sin esperar nada a cambio. Pero quizás temo sobre todo la pobreza cultural de nuestros días: la psiquiatría es echada al interior de su especificidad, es sectorizada.
Fue otra cosa distinta el movimiento de Psiquiatría Democrática que soldó el cambio de la psiquiatría con impulsos análogos en otras disciplinas. Recuerdo el vínculo intelectual y humano que nos unía a Maccacaro, promotor de innovaciones en la medicina del trabajo y del ambiente, o bien a Minguzzi y Misti, que operaban con los mismos intentos en la psicología experimental y aplicada. Recuerdo a Risso y Galli, que se movían críticamente en el ámbito del psicoanálisis, y Terzian que se movía en el campo de la neurología, o bien Maldonado que se abría a nuevas reflexiones epistemológicas. La escuela de Palo Alto, la fenomenología, el existencialismo, ya habían abierto una reflexión crítica acerca del rol del terapeuta en su relación con el Otro: estar dentro de la relación cambiaba las perspectivas y los significados. La escuela de Frankfurt, mientras tanto fundaba una nueva teoría de las necesidades e introducía el problema del poder. Estaba luego el descubrimiento del pensamiento de Kuhn, de Feyerabend, de Popper, de Habermans y la experimentación de sus palabras en nuestra práctica. Pero los verdaderos maestros, por lo menos para mí, eran Gramsci y Foucault.
- ¿Por qué no se plantearon el problema de la formación?
En realidad siempre nos planteamos el problema de la formación. Y es con la hipótesis de una nueva escuela que expresamos cierta disidencia. No queríamos limitar la riqueza de las prácticas a una técnica, ni queríamos movernos como una suerte de Escuela de Viena, con el temor de reproducir un saber separado de la realidad. Basaglia manifestó muchas veces una suerte de pesimismo en la capacidad de las teorías de no generar inmediatamente nuevas ideologías. Frente a los desaguisados de las teorías y la facilidad con la cual, en este siglo, las palabras han sido recuperadas y traicionadas, una especie de pudor nos ha impuesto prudentemente referirnos a las prácticas. Y sin embargo la lectura de los escritos de Basaglia (que entre paréntesis recomiendo por su extraordinaria actualidad) evidencia un pensamiento conceptualmente estructurado. Y todos nosotros – en el momento oportuno – no tenemos dificultad en definirnos como alumnos de Franco Basaglia, o bien nos sentimos legitimados a interpretar los eventos haciendo referencia a su pensamiento: sustancialmente la idea de escuela está inequívocamente presente en nosotros.
Algunos enfrentaron con valentía y pasión, justamente el tema de la sistematización de este pensamiento. Pienso sobre todo en Sergio Piro, en Vieri Marzi, en Paolo Tranchina y en todo el material extraordinario de las Hojas de información. Pienso en la invención colectiva de Agostino Pirilla, de Paolo Henry y de Cristiano Castelfranchi, pienso en Franco Rotelli y en la institución inventada de Trieste, en la escuela del Centro Estudios de Pordenone y en la contribución de Benedetto Sarraceno, Ota De Leonardis y tantos otros. Sin considerar algunas contribuciones fulgurantes de Pier Aldo Rovatti y de Sergio Moravia. En suma, nos encontramos frente a una teoría en cierto modo bien desarrollada, que sin embargo tiene dificultad en reconocerse y en proponerse como un cuerpo de saberes.
Por otra parte no hay que olvidar la actitud de la universidad: impermeable si no hostil a los procesos de cambio. Al hereje Basaglia nunca en la vida se le ofreció la posibilidad de una enseñanza. Excepto pocas y significativas excepciones, la didáctica y la investigación en psiquiatría hacen ‘como si’ en estos años no hubiese sucedido nada. Se quedaron detenidas, en cierto sentido, en el universo tolomeico, negando el descubrimiento de América. En verdad, la universidad se muestra insensible y distante a muchos otros eventos sociales y culturales, y fuera de la historia, en su inútil torre de marfil y, sin embargo, sigue teniendo recursos y poder.
En cambio considero que el camino emprendido por otros sujetos (y justamente pienso en el Instituto Bleger) sea fecundo en desarrollos y represente una verdadera posibilidad de comparación. Lo siento cercano a mi necesidad de relaciones, de redes que consientan recorridos y nudos, donde las subjetividades, las experiencias y los saberes puedan encontrarse en el respeto recíproco y en la escucha. Siento la exigencia de nuevos puntos de vista, de certezas no codificadas, de claves no definitivas de lectura. En cambio temo a la escuela como imposición, inducción de una visión predeterminada del mundo. ¿Tienes en mente algunas discusiones de casos, durante las sesiones de supervisión? Parecen discusiones de casos policiales, en busca de un culpable. No puedo menos que pensar en un hermosísimo libro de Carlo Ginzburg Miti, emblemas, espías y su análisis del método de investigación. Solamente que en este caso, las huellas, los indicios ya están seleccionados en la cabeza de los investigadores y conducen al resultado esperado. Lo que se encuentra no es la realidad, es simplemente una realidad, es la verdad de ese modo específico de razonamiento. De hecho, basta con tratar el mismo caso con el supervisor de otra escuela para darse cuenta que las huellas tienen otros significados, otras lecturas. Cada hipótesis puede ser verdadera, pero nunca es absoluta (SIGMA). En las escuelas en cambio resalto la búsqueda de lo absoluto, el riesgo de un saber dogmático. Las escuelas producen conocimiento, ¡pero también pueden producir empobrecimiento y restricción!..
- ¿Retomemos si tú quieres, tu recorrido profesional para intentar comprender las tensiones y las motivaciones que originaron la ley de reforma psiquiátrica?
Las representaciones políticas de Gorizia, en esos años, se oponían a la salida de la experiencia fuera del manicomio: la institución podía ser mejorada, hacerse más humana, pero no negada. Secundar este proyecto habría significado asumir una vez más el rol de carceleros. La decisión fue inevitable: destituir a todos los internos y reasignar las destituciones. ¡Se cerraba Gorizia y se abría Trieste!
¡Trieste fue y es todavía la utopía realizada, la imaginación en el poder! Marco Cavallo – el gran caballo azul construido por los usuarios y liberado un día en la ciudad –ha llegado a ser el símbolo de la incontenible voluntad de libertad de esta experiencia. Destruimos el manicomio- pedazo a pedazo-creando al mismo tiempo la posibilidad, para usuarios y operadores, de salir al territorio. Para impedir cualquier retorno al pasado individuamos el modelo organizativo del servicio fuerte: servicio abierto las 24 horas, capaz de hacerse cargo del paciente psiquiátrico grave. El camino trazado desvalorizaba el asilo hospitalario y la necesidad de canalizar el conflicto social y relacional, in situ en el evento locura, en un marco clínico. Esta constricción nos obligaba a la inventiva, nos llevaba a actuar con anticipación, optimizaba los recursos, ampliaba el espectro de los protagonistas, demandaba la asunción de poder de los usuarios. No nos limitamos a vencer el manicomio: la demanda de delegación y de control social, la sustracción de recursos presentes en la red social y el desembocar en la dependencia y en lo asistencial, al abandono y la alienación. Nació así una organización socio-sanitaria basada en la solidaridad y en un nuevo modo de comprender lo contractual: la empresa social. De la institución negada a la institución inventada, de la marginalidad asistida a la centralidad de la nueva producción social, a través de un grupo teatral, una boutique, un hotel, un barco a vela o bien dando vida a una empresa de aseo, a una hacienda agrícola, a un estudio de diseño.
Mientras tanto el manicomio se había resquebrajado, había desaparecido a pesar de las leyes y los aparatos institucionales y científicos que aún lo justificaban. Quizás cometíamos errores, incurriendo en alguna ingenuidad, sin embargo el proceso revelaba su propio admirable rigor científico.
Otras experiencias (Arezzo, Perugia) estaban consiguiendo los mismos resultados que nosotros. Los convenios de Psiquiatría Democrática, siempre tensos y desbordados de masa, se revelaban cada vez como eventos de gran relieve cultural y científico. Basaglia, con gran habilidad, mantenía la autonomía del movimiento a resguardo de cualquier instrumentalización política y lograba hacer converger en las tesis de Psiquiatría Democrática un consenso cada vez más amplio. Cuando en el OE78 se asomó la hipótesis del referéndum del partido radical para la abolición del manicomio, gozábamos de gran credibilidad. El trabajo práctico era nuestra carta de crédito.
La hipótesis de una ley sin embargo dividió la izquierda. Algunos temían el enfrentamiento de los empujes anti-institucionales del movimiento, otros querían abolir cualquier posibilidad de Tratamiento Sanitario Obligatorio, otros incluso querían resolver al mismo tiempo también el problema del Hospital Psiquiátrico Judicial. Como siempre Basaglia logró hacer converger a todos hacia soluciones reales y avanzadas. La perspectiva de un referéndum abolicionista de la antigua ley parecía de hecho destinado al fracaso. La opinión pública pedía orden y ley, como resguardo del secuestro y asesinato de Moro. Y si, al final, se hubiese rechazado la abolición de la antigua ley, ya no hubiese sido posible ninguna reforma. Bajo el flujo de estas presiones se arrancó un vasto consenso en el Parlamento y fueron cortados de la ley sobre la reforma sanitaria, ya aprobada por la Cámara, pocos artículos. Estos llegaron a conformar la ley n.180 de Seguridades sanitarias obligatorias, ley marco, suficiente sin embargo para insertar la psiquiatría en el contexto de la legislación sanitaria italiana y para modificar el concepto mismo de enfermedad mental. La ley agregó una mayoría enorme e incluyó, en ese período, breve pero feliz, reformas institucionales y una gran tensión moral y política que caracterizó el final de los años setenta.
- ¿Cómo evalúas hoy la ley 180?
El clima político que condujo a las reformas terminó rápidamente. La ley 180 y la Reforma Sanitaria misma fueron traicionadas y abandonadas por el gobierno que debiera haberlas aplicado. El faltante gobierno provocó reacciones dramáticas, en especial de parte de los familiares de los pacientes, y desde varios lados se pidió la revisión de la ley.
Y sin embargo la ley, o mejor dicho el cambio sancionado por la ley, se sostuvo. Señal esta que las ideologías son recuperables fácilmente, mientras que las prácticas lo son mucho menos.
En general pienso que el éxito de la ley fue extraordinario. No existe ninguna ley del estado, de corte innovador, que haya conseguido resultados cuantitativa y cualitativamente análogos. Basta con analizar los datos reportados en los informes del Instituto de Medicina Social para darse cuenta que, con excepción de algunas voces, fueron respetadas las previsiones más prometedoras. Y paradójicamente, justo los 50 proyectos de contra-reforma, todos abortados, testimonian la imposibilidad de un retorno al pasado, por la validez y profundidad de los cambios realizados. En realidad también existen sombras, pero el problema es más general y se refiere a toda la salud o incluso a la idea misma de estado social. Muy a menudo nos olvidamos que estamos dentro de un sistema de mercado y que la vieja idea de welfare ha terminado irremediablemente, tomada en las tijeras entre vínculos crecientes de gasto y emergencia de nuevas y complejas demandas sociales.
Los grandes sistemas institucionales: la salud, la educación, la seguridad social, son inadecuados. Lo público, entendido como monopolio del estado ha mostrado sus límites y sus perversiones, pero no es absolutamente verdadero que lo privado sea bueno intrínsecamente y que el mercado se regule según principios de equidad: ¡lo contrario es verdad!
Perdidas las antiguas reglas, aun no hemos encontrado las nuevas. Percibimos que la idea del mercado social es aquella que nos consentirá para diseñar el nuevo welfare, pero esta idea oscila entre formas de privatización, de oportunismo y de atomización individualista y otras basadas en la equidad distributiva y en la solidaridad.
A la primera vertiente corresponde la des-hospitalización o la trans-institucionalización de los pacientes, verdadero cambio de paradigma científico y nueva manera de representatividad y de práctica de los derechos.
El modo mediante el cual intentamos aplicar la ley 180, en Imola, se inclinó por completo hacia esta segunda hipótesis y da testimonio, entre grandes dificultades, tensiones y límites, que la utopía de la sociedad sin manicomios es posible. Cerramos el manicomio, en serio, colocando a todos los asilados afuera, ya sea mediante soluciones individualizadas como aprontando 26 casas en 13 localidades diferentes. Con este proyecto movilizamos a la comunidad entera y creamos una nueva red, basada en las cooperativas sin fines de lucro, en el voluntariado, en las asociaciones de los usuarios y de los familiares.
También realizamos un sueño de Basaglia. Franco acostumbraba decir que había que destruir el manicomio, tal como hacían los antiguos romanos con las ciudades conquistadas: esparciendo sal sobre los muros y pasando el arado. Y un día, en Imola, invitamos, al hospital ya desierto, a todos los ex-internos, a sus parientes, a los ciudadanos, a todos los operadores y amigos que, durante varios años, habían contribuido para ese éxito y, todos juntos, esparcimos sal sobre esa área para que nunca más germinase la idea de un manicomio. Simultáneamente plantamos un árbol en cada una de las nuevas casas. A esa fiesta la llamamos la sal y los árboles. Había grandes bueyes con arado, estaba Marco Cavallo, muchos niños, una vez más había la posibilidad de una representación simbólica que consintiera en expresar la mejor parte de nosotros mismos.
Quiero expresarte una última provocación: yo suelo decir que espero no haber rehabilitado nunca a nadie.
Critico sustancialmente el elemento de dominio implicado en el concepto de terapia, critico la idea misma de pedagogía. Espero en cambio haber ayudado a las personas a rehabilitarse a sí mismas, reivindico pues, su libertad de elección.
Lo que deberíamos hacer es proporcionar conocimientos, poner a disposición nuestra competencia, crear las condiciones para que ciertos eventos, ciertas capturas de conciencia puedan determinarse. Y bien, que sepas que no es fácil para nada poner en práctica estas bellas palabras, así sufridas, pero tan fatigosas de representar.
Por otra parte, me gusta recordar que, en el mundo económico, las empresas de los servicios, las más atentas y también las que hoy obtienen los mayores éxitos, ponen en el centro de sus elecciones al cliente, que cada vez más cambia su identidad de consumidor para asumir también la de productor. Pienso en Richard Norman y en su idea de círculos virtuosos, en la capacidad de desarrollar auto-promociones, en la centralidad del ciudadano, verdadero protagonista de los procesos que lo incumben…Quizás, como ves, ¡podemos encontrar aliados inesperados!
Vuelvo a Rimini pensando en esta entrevista y en un deslizamiento semántico. Creo que para mi Imola comenzará a tener un nuevo sentido: un sentido de libertad.
Entrevista realizada en Mayo de 1998