The Scapegoat Motif in Society and its Manifestations in a Therapeutic Group, International Journal of Psychoanalysis, V. XXXIV, 1953.
La persecución y masacre de chivos emisarios ha asumido a menudo tales proporciones epidémicas tanto en la historia antigua como en la reciente, que uno se siente tentado a llamarla enfermedad psicosocial con una tasa de mortandad potencialmente alta. Esta enfermedad merece atención aún cuando se manifieste en forma abortada y relativamente inofensiva.
En este trabajo trataremos de considerar brevemente, en la primera parte, algunos aspectos de las implicaciones psicológicas y sociológicas del fenómeno del chivo emisario. En la segunda parte describiremos la observación de este fenómeno en un grupo terapéutico.
I. La psicogénesis de la necesidad de chivos emisarios.
El término de chivo emisario deriva de una ceremonia religiosa destinada a transferir las culpas del pueblo judío a un animal, en este caso a un chivo. Otros cultos religiosos también tienen prácticas similares. A menudo un ser humano era escogido como receptor de la culpa desplazada.
También los antropólogos han descrito costumbres supersticiosas que tenían el mismo propósito. La esencia de todos estos procedimientos era transferir la culpa por medio de un rito mágico.
Estos actos siempre han estado asociados con actitudes agresivas y sumamente punitivas. En algunas ceremonias con chivos expiatorios que terminaban con la muerte sacrificial de la víctima escogida, esta agresividad se manifestaba claramente. Es posible que la notoriedad de estas ceremonias homicidas tienden a distorsionar el sentido del término chivo emisario.
Al menos el término se aplica hoy en día de una manera no demasiado literal, para denotar simplemente el supliciado de sentimientos agresivos, para descargar en él lo que no puede hacerse abiertamente contra el verdadero blanco de estos sentimientos. Un chivo emisario en este sentido trunco, es el receptáculo de la agresión desplazada. Es más cercano definir al chivo emisario como la persona a quien se hace sufrir la carga de la culpa desplazada.
La necesidad de chivos víctimas parece surgir en especial en individuos predispuestos por una inclinación a adoptar actitudes punitivas hacia otros y que se sienten perturbados por una sensación de culpa y disgusto consigo mismos, que ellos mismos desconocen.
Los sentimientos de culpa por sí mismos no son suficientes para causar deseo de encontrar un chivo emisario. Pueden ser resueltos de otras formas; por ejemplo, con actos expiatorios de reparación y arrepentimiento, con un aumento del esfuerzo para sobreponerse al fracaso y a la incapacidad y resignándose a disminuir las aspiraciones y así mantener las metas alcanzables.
Sin embargo cuando se combinan los sentimientos de culpa con propensión hacia el castigo, el individuo preferirá, proyectar la culpa en vez de enfrentarse a un proceso más doloroso de búsqueda de la razón de su malestar.
Los sentimientos de culpa que pueden despertar la necesidad de chivos emisarios en individuos propensos a ello pueden no ser conscientes.
Investigaciones psicoanalíticas nos han demostrado los dañinos efectos que pueden surgir de la caja de Pandora de la culpa inconsciente. La necesidad de chivos emisarios puede ser uno de ellos.
La víctima escogida para el papel de chivo emisario puede ser una persona inocente quien, por desgracia, se convierte en el blanco de sentimientos paranoides o el objeto de vilipendio político deliberado, puede ser un criminal cuya culpa ha sido públicamente reconocida. Pero hay también una importante clase de víctimas quienes son culpables por haberse dejado manipular por otros a hacer el mal. Podríamos llamarlos chivos emisarios maquinados, por darles un nombre.
Se les hace actuar como sustitutos de quienes no se atreven a asumir el papel de pecadores. Maquinaciones inconscientes de este tipo de parte de algunos padres pueden ser la causa de carreras delincuentes y criminales como fue sugerido por Ruth S. Eissler.
El chivo emisario ya sea realmente culpable o inocente, tanto parcial como totalmente, puede ser castigado con una severidad feroz, la cual sólo corresponde a la magnitud de la culpa proyectada.
Pero la presencia o ausencia del fenómeno del chivo emisario no debe ser juzgada por el grado de insistencia manifestado en la persecución de la víctima.
Actividades relativamente inofensivas caen en esta misma categoría. La actividad más común similar al fenómeno del chivo emisario es tal vez el pasatiempo popular de murmurar sobre las fallas reales o imaginarias de los superiores en la escala social. La víctimas de ello sólo sufrirán la injusticia de ser juzgados estando ellos ausentes, aunque esto puede ser más grave en algunas ocasiones. El chivo emisario puede aparecer también en una forma en que se advierte inocencia de la víctima. Estos chivos emisarios son vistos como mártires quienes libres de culpa aceptan el castigo por esa culpa. Esto ha alcanzado una expresión sublime en la veneración de Jesús como redentor de las culpas de a humanidad.
El gusto por la cacería de chivos emisarios reside no sólo en el alivio auto- engañosos de pasar la culpa a otras espaldas; ofrece también otros atractivos. La indignación con que se condena la culpa del chivo emisario despierta sentimientos narcisísticos de rectitud y superioridad moral.
El yo, actuando en cercana alianza con el superyo, tiene una oportunidad de ventilar agresiones sin culpa. Es más, bajo el disfraz de la denuncia del pecado, el individuo puede actuar como vouyer, probar con ansiedad escoptofílica la depravación y con inquietante aversión agregarle belleza en su fantasía.
La persecución de chivos emisarios no sólo libera a la persona predispuesta de una sensación opresiva de disgusto consigo mismo, sino que también le proporciona gratificación narcisística y escoptofílica y oportunidades de descarga adecuada de agresividad y el saboreo vicario de la fruta prohibida.
Variaciones individuales en la necesidad de los chivos emisarios.
La facilidad con la cual los individuos recurren a la persecución de chivos emisarios puede pensarse que varía de acuerdo a sus tendencias extrapunitivas y el grado de insatisfacción desconocida por ellos. Muestras de esta variabilidad se ven en estudios recientes de actitudes sociales, como los llevados acabo por Adorno, Frenkel Bruns Wick, Levinson y Sanford en EEUU y por Eysenck en Inglaterra.
El grupo norteamericano se preocupó particularmente por definir la personalidad con tendencia a la formación de chivos emisarios, la personalidad autoritaria, racista, caracterizada por prejuicios sociales contra los miembros de otros grupos, por hostilidad hacia las minorías morales (criminales, pervertidos) y desdén o disgusto por las masas.
Partiendo de esta investigación se puede decir que las actitudes sociales de la gente pueden calcificarse de acuerdo a un continuoum “Etnocéntrico- Liberal” con tendencias de acoso hacia los chivos emisarios, agrupadas alrededor del polo etnocéntrico.
Los estudios de Eysenck de actitudes sociales parecen complementar los descubrimientos norteamericanos. Analizando los factores, obtuvo dos factores generales para caracterizar las actitudes sociales. A uno lo llamó “Conservadurismo- Radicalismo” y está relacionado al factor Etnocéntrico- Liberal de los americanos, aunque se relaciona de manera menos exclusiva con las tendencias de acoso al chivo expiatorio en el polo conservador.
Al segundo factor lo llamó “Dureza- Ternura”, distingue actitudes sociales conciliadoras y tolerantes de otras que expresan hostilidad hacia otros grupos étnicos y aboga por la extinción de la vida por eutanasia, abortos o esterilización obligatoria.
Los resultados de estas investigaciones arrojan luz sobre la distribución de las propensiones de acoso al chivo emisario en grupos grandes. Los estudios americanos se concentran demasiado sobre las características de los individuos etnocéntricos, sus reacciones fascistas, anti- semíticas y de persecución de los negros.
Las conclusiones de Eysenck sugieren que las tendencias a encontrar chivos emisarios se asocian hacia el factor dureza y que las formas de los fenómenos de chivos emisarios puede diferir de acuerdo a las actitudes conservadora o radical de la gente de mentalidad dura.
Debe hacerse notar, sin embargo, que estos estudios se llevaron a cabo en comunidades democráticas y se refieren a los problemas políticos y socioeconómicos de estos países. Queda la pregunta de si esta investigación se hubiera llevado a cabo en una sociedad muy diferente, habría dado los mismos resultados. Nos parece que así debe ser, siempre y cuando los test e aptitudes a aplicar tuvieran una relación comparable a la ideología y problemas del grupo que se investiga.
De acuerdo a esto se espera que los miembros de cualquier grupo establecido difieran en su grado de lealtad en cuanto a los ideales y tradiciones del propio grupo, de modo que también ellos se distribuirán a lo largo del continuoum Conservador- Radical. Algunos miembros se parecerán a los sujetos de Eysenck quienes creían en la excelencia de la máxima “Con mi país, para bien o para mal”; defenderán y conservarán un concepto de grupo estereotipado al cual idealizan e idolatran. Las actitudes de los otros se inclinarán contra la tiranía de las condiciones de rutina y las creencias tradicionales.
Así podemos concluir que en cada grupo social encontraremos grados variables de lealtad de los ideales del grupo. Igualmente, la Dureza o Suavidad se encontrarán en grados puesto que la gente necesariamente difiere en cuanto el espíritu agresivo y extra- punitivo de sus opiniones sociales. Estos factores tienen validez solamente refiriéndose a los grupos examinados. Una persona perteneciente a dos grupos de diferentes valores diferirá con los dos.
La sociogénesis de la necesidad del chivo emisario.
Las diferencias en las actitudes sociales influirán al escoger las víctimas de chivo emisario. Los conservadores seleccionarán a aquellos que se alejan de los convencionalismos familiares y amenazan al fetiche del grupo. Se volverán en contra de los miembros del grupo que no observan las reglas, contra aquellos que violan las costumbres tradicionales y son vistos como provocadores o criminales y … (¿), fuereños o extranjeros cuyo comportamiento es diferente. Los radicales por el contrario encontrarán a sus víctimas entre los más conservadores y entre los defensores privilegiados de las tradiciones a quienes se les considera inicuos y fuera de patrones.
Pero las condiciones sociales no favorecen en igual medida estas dos actitudes. Todos los miembros de una sociedad están unidos por lazos de lealtad hacia ideales comunes, aún cuando difieran en su grado de fervor y lealtad.
Aún los ciudadanos más rebeldes obedecen los dictados de las costumbres y convenciones de su sociedad, y por lo tanto comparten, hasta cierto punto, las sospechas de los conservadores hacia los ofensores y extraños. Más aún, en caso de que la fracción rebelde intente proseguir con sus tendencias sediciosas y desafía a los poderes guardianes del statu quo probablemente serán expuestos a las miradas y serán objeto de burla a través de chivos emisarios títeres sobre los cuales ellos pueden hacer recaer su exasperación sin que esto perjudique a las autoridades.
Por éstas razones las persecuciones de chivos emisarios en las sociedades humanas se han dirigido contra los extranjeros, los desviados y las minorías menos privilegiadas.
La historia está llena de salvajes ejemplos de persecuciones en las cuales la autoridad y el populacho unían fuerzas para perseguir a alguien llamado bruja, criminal, hereje, saboteador, traidor o enemigo o cualquier nombre que se usara.
Pero la notoriedad de estos ejemplos no puede ocultar el hecho de que aún la más firme lealtad grupal más devota nunca es incondicional ni totalmente libre de un cierto matiz de rebelión potencial. Un escrutinio cuidadoso descubrirá el descontento oculto del cual aún los más ortodoxos no están exentos. Puede verse que las caricaturas de personajes prominentes, en las onerosas ceremonias para encumbrar a la realeza, en los tumultos que rodean a las celebridades, la historia de la espada de Democles, el anillo de Polycrates, los cuentos de Robin Hood de bandidos caballerosos, la atracción de la sátira de Gilbert, el apoyo de David contra Goliat en los deportes, el interés en la declinación y caída de imperios o de familias patriarcales (la saga de los Forsythe, los Budden brook) y en muchos otros ejemplos. A veces los deseos reprimidos de insurrección irrumpen e un desafío abierto a la autoridad que puede llegar a barrer los poderes gobernantes con violencia revolucionaria o cambiarlos sirviéndose de etiquetas democráticas a través de un vaivén electoral.
Estos signos de la existencia de inclinaciones rebeldes son generalmente reprimidos o controlados, no sólo porque su expresión abierta sería castigada por los guardianes de la ley y el orden, sino porque además cada ciudadano tiene que apoyar su conducta de respeto a la ley reprimiendo deseos de amotinarse contra las restricciones de la disciplina social. Inconscientemente estos deseos reprimidos se ligan en parte a la culpa de impulsos parricidas que surgieron en la infancia por celos edípicos y el yugo de la supremacía paterna.
La proyección de esta culpa inconsciente aviva la violencia de las persecuciones de chivos emisarios. Los mismos crímenes que se imputan a la víctima reflejan los deseos reprimidos de revuelta criminal.
La historia nos da evidencia de los componentes parricidas en el tema del chivo emisario. En tiempo de calamidades sociales, surge el clamor público que demanda el sacrificio de un chivo emisario de las altas esferas a quien se le puede acusar de incompetencia, irresponsabilidad o cosas peores.
En épocas más salvajes, algunas comunidades aprobaban ocasiones ceremoniales en las cuales los impulsos parricidas podían calmarse colectivamente y abiertamente. Los chivos emisarios reyes de estas comunidades eran sacrificados al volverse viejos y débiles, o cuando su período de gobierno terminaba o tal vez anualmente como lo dice Frazer. Con el tiempo este chivo emisario –rey- para citar a Frazer “contribuía por fuerza- habilidad a extender su reinado y en ocasiones a procurar un sucesor quien a su vez con el tiempo era sacrificado también”.
Estos sustitutos establecían su posición de poder actuando aspectos de rol real que tenían un significado edípico inequívoco. Al bulesco rey de Sacaea Persia, por ejemplo, se le exigía efectuara el coito con las mujeres del harem del rey, algunos autores dicen que tenía que ser públicamente.
Los festivales de Astartea, Afrodita, Cíbeles e Iisis proporcionaban espectáculos similares en los cuales a un chivo emisario “se le permitía o se le exigía disfrutar del abrazo de una mujer que actuaba el papel de Diosa del Amor” (Frazer), antes de ejecutarlo. Las fiestas romanas en honor a Saturno eran presididas originalmente por un rey burlesco a quien se otorgaba “licencia absoluta de entregarse a sus pasiones y a probar todos los placeres no importando cuan bajos y ruines estos fueran” (Frazer) pero pagaba con su vida ese período de libertinaje.
Es obvio que los héroes de estos dramas de chivo emisario sufrían la muerte no sólo para calmar las pasiones parricidas del populacho sino como los archi- criminales que habían atrevido a gratificar abiertamente los deseos edípicos. Eran chivos emisarios maquinados, víctimas escogidas para actuar un rol tabú.
El espíritu de ligereza e irresponsabilidad que así surgía, aumentado por la resonancia emocional del espectáculo presenciado, tendía a desbordarse en rebeliones públicas. Así, las festividades orgiásticas, por lo tanto a menudo acompañaban el sacrificio de los chivos emisarios, aunque la licencia así aprobada socialmente, nunca dejaba de tener sus limitaciones y restricciones.
A través de los signos la crudeza de estas festividades gradualmente desapareció. El bárbaro drama del chivo emisario tomó la forma de burlesco.
La figura trágica del rey de las saturnalias se convirtió en la edad media, en bufones que oficiaban en el Festín de los Tontos o el Rey de los Frijoles, en el señor del Desaguisado o en el Abad de la locura. El último símbolo de su sacrificio y de su más profundo significado parricida puede ser, como lo sugiere Ernest Jones la ceremonia de la cabeza del cerdo en el banquete de Navidad, un si no inequívoco de conexiones inconscientes entre los deseos parricidas y los festines totémicos lo cual Freud explicó en Tótem y Tabú. Hoy sólo queda un débil reflejo de estas festividades paganas. Puede aún observarse en el espíritu festivo de la época navideña con su alegría y comilonas, y la costumbre de besarse bajo el mérdago, y las últimas reliquias de costumbres que simbolizan el derrocamiento de la autoridad, como la costumbre en el ejército y la marina de que los superiores sirvan a los inferiores de rango en el día de navidad.
Pero a medida que el drama antiguo del chivo emisario perdió su vigencia, otros espectáculos aparecieron en la escena social sirviendo así a la necesidad de encontrar víctimas de chivos emisarios. La Edad Media tuvo su Inquisición y el Malleus Maleficarum, las cuales proveían de una buena cantidad de víctimas femeninas, estigmatizadas como brujas, quienes eran torturadas para que confesaran asociaciones con las fuerzas del mal. En tiempos modernos, el atractivo de la nota roja de los diarios forma parte del fenómeno del chivo emisario, el cine con su filosofía de que el crimen no paga, y en la propaganda política que imputa maldad y otras atrocidades al oponente que trae el escenario un juicio a los ofensores políticos en la cual se busca que tienen que probar su culpa en la confesión pública.
También se ha dicho que nuestra sociedad actual construye chivos emisarios y criminales al actuar así por medios sutiles. Ruth S. Eissler da ejemplos del subterfugio con el cual se evaden medidas racionales para prevenir el crimen haciendo la vista gorda a las condiciones de vida que propician precisamente estos actos criminales o favoreciendo en muchas instituciones correccionales un cierto tipo de régimen que engendra actitudes antisociales en vez de curarlas, y muchos otros métodos que frustran las políticas bien intencionadas. Compara nuestra sociedad a Dorian Grey, cuya pintura reflejaba su vida disoluta, mientras él conservaba un aspecto inocente.
ll. El tema del chivo emisario en un grupo terapéutico.
La composición del grupo.
El grupo, que se reunía una vez por semana en sesiones terapéuticas, consistía en siete pacientes femeninos quienes sufrían de síntomas neuróticos de despersonalización durante muchos años. Dos miembros eran relativamente de reciente ingreso y su influencia era limitada. Nos interesaremos principalmente el núcleo de cinco pacientes quienes comenzaron el tratamiento seis meses antes de las otras dos. Las edades de las cinco estaban entre 29 y 31. Todas eran tímidas y conscientes de sí mismas y llevaban una vida social muy restringida. Dos eran casadas pero sin hijos. Había un desbalance en un aspecto. Cuatro eran pacientes externos (no internadas), provenientes de hogares de la clase media. Sus ocupaciones eran de mecanógrafas o burócratas. Su vida sexual no tenía mácula. El quinto miembro, S, difería en todos estos aspectos. Estaba internada en la institución. Provenía de la clase obrera y había sido sirvienta doméstica y obrera. Era la única que había perdido ambos padres y la única con historias de amores ilícitos. El prestigio grupal de la señorita S era bajo. Al principio tuvo dificultad para participar en las conversaciones. Permanecía sentada, tensa y silenciosa jugando con un pañuelo cruzando y descruzando las piernas en angustiosa incomodidad. En sesiones posteriores, cuando empezó a hablar, era agresiva o se quejaba de sentirse inferior y rechazada. Algunas de sus primeras participaciones asustaron al resto del grupo. Hablaba de deseos tanto homo como heterosexuales cuando las otras aún sentían timidez de hablar de estos temas. Despertaba celos del grupo al solicitar sesiones privadas al terapeuta.
Historia del grupo
Durante los primeros meses el grupo no logró cohesionarse por el fuerte egocentrismo de las pacientes. La conversación generalmente era lenta o se detenía, era como la pseudo conversación descrita por Piaget en niños de menos de siete años llamado “monólogo colectivo”. La introducción de dos nuevas pacientes a los seis meses soldó al grupo temporalmente en una semblanza de solidaridad. Todas excepto una, de as primeras pacientes se resistieron y rechazaron la intromisión de extrañas.
Un episodio similar de aumento de la solidaridad ocurrió algunas semanas después, cuando las pacientes comenzaron a mostrar señales de sentimientos ambivalentes transferenciales hacia el terapeuta. Se resistían a discutir y a admitir sus sentimientos abiertamente. Trataban un tema conexo en vez de ello. Se consolidaban en un ataque contra una fantasía: la del macho sexualmente dominante. Sus discusiones se animaban al tratar de ventilar sus fantasías agresivas.
Pero la forma nebulosa de esta fantasía era un pobre sustituto de su verdadero blanco, el terapeuta. No era posible pretender por mucho tiempo negar el papel que el terapeuta jugaba e el dilema. Una tímida nota de rebelión contra la autoridad sonó, pero su intensidad se disfrazó como broma o juego. Se le dijo que su presencia les impedía discutir libremente ¿Podría por favor, salir de la habitación o por lo menos voltearse de espaladas? Con este cambio de objetivo contra el terapeuta hacia el cual abrigaban sentimientos ambivalentes, la solidaridad femenina se rompió. Voces individuales se escuchaban en defensa del terapeuta; se traían sueños que claramente indicaban sentimientos transferenciales eróticos, aparecieron señales de celos principalmente entre S y F quienes luego intimaron y el deseo de entrevistas individuales se volvió más frecuente.
Motivaciones libidinales colectivas
En esta etapa el grupo estaba muy agitado. Ya no podía dejar de ver que el tratamiento grupal les despertaba conflictos sexuales. Todavía no estaban en condiciones de enfrentar abiertamente el origen transferencial de sus perturbaciones emocionales, ni la culpa incestuosa que inconscientemente se ligaba a estas perturaciones.
Sin embargo tres de los miembros del grupo estaban ahora preparados para considerar por lo menos aquellos temores y conflictos sexuales que los habían perturbado en el pasado o que eran todavía causa de ansiedad fuera del grupo. Las otras do estaban en desacuerdo, pero aún así delataban su animación erótica por la ansiedad con la cual alentaban a las otras a ser francas y proporcionar datos sexuales y por un agravamiento temporal e sus síntomas neuróticos (una de ella desarrollo nuevos síntomas bajo la forma de un calambre del escritor en ese momento).
Así estaba el grupo dividido en el asunto de las revelaciones de tipo sexual. Antes habían evitado estos tópicos exceptuando a S quien violó el tabú. Pero bajo la superficie había habido una corriente erótica en el grupo, que no se ventilaba abiertamente.
Esta corriente quedó demostrada en a actitud de D quien tenía el papel de líder, como se había demostrado bajo un método de investigación sociométrico descrito en otra parte, de acuerdo al cual ella tenía el puntaje más alto de dominio y popularidad. Se ha observado que estos líderes toman la iniciativa de revelar motivaciones reprimidas ya sea en una forma abierta o encubierta. D quien en dos años de matrimonio permanecía resistente al coito había reportado al grupo, unos meses ante, que había tenido un cambio de actitud hacia el sexo. Decidió tener un hijo y tenía relaciones sexuales más a menudo a pesar de su repugnancia. Al embarazarse volvió a rechazar la intimidad física.
El embarazo de D puede considerarse un acting- out de motivaciones despertadas por las sesiones de grupo, y como una revelación no verbal de estas motivaciones al grupo.
Cuando el grupo llegó a una etapa de división interna de los miembros en lo referente a las revelaciones francas de sentimientos y fantasías eróticas, D se unió a S y a F en aceptar la necesidad de discusiones francas. Pero, como el grupo no estaba unido y el ambiente no fue muy favorable S y F no podían discutir muy abiertamente los problemas emocionales durante las sesiones. Empezaron a actuar sus dificultades eróticas. Al principio entablaron una amistad cómplice para intercambiar secretos de índole sexual en privado y fuera del grupo. Cuando el terapeuta interpretó su comportamiento evasivo, fuertes recriminaciones surgieron entre los dos grupo.
El ambiente del grupo se ilustra a continuación:
S: Creo que sé porqué puedo hablar frente a F y a D. Es porque ellas son las únicas que pueden hablar de sexo.
A: Si no hablo de eso es porque no tengo nada que decir.
B: El sexo no tiene nada que ver con mis problemas.
S: (enojada) Por qué dices que no tiene que ver el sexo en tus problemas. Tu vida de casada no es satisfactoria.
B: Sí lo es. Eso es todo, y no creo que tenga nada que ver con mis síntomas.
S: Tiene que tener relación. No tienes hijos y eso no es normal.
B: No tengo el dinero que cuestan los niños.
A: Yo he tenido sueños sexuales. Tal vez hable de eso. Pero no quiero casarme. Eso no me interesa.
De acuerdo a la transcripción, en esta ocasión S había perdido el miedo de hablar en el grupo y en consecuencia había ganado en grado de dominio. Descubrió algunos detalles de su vida sexual pasada y mencionó en particular, que los compañeros de aventuras eran todos hombres casados.
La división de dos bandos no era constante, sin embargo, a veces se unían en su resistencia a revelar intimidades y negaban sentirse movidas por conflictos libidinales. Culpaban al terapeuta. No eran ellas las interesadas en el sexo sino que era el terapeuta quien las animaba a discutir sobre ello, y quien interpretaba sentido sexual en sus inocentes deslices.
Las discusiones del grupo alternaban entonces entre revelaciones semitemerarias e intentos ansiosos de camuflar los signos de sus conflictos sexuales aumentados. Las sesiones comenzaron a fallar en su meta terapéutica de proveer una oportunidad de ventilar verbalmente sus dificultades emocionales. A menudo las discusiones contenían material sexual que no se elaboraba durante las sesiones aunque aparentemente llevaban a secretos posteriores.
También había señales de que algunas pacientes deseaban tener experiencias sexuales fuera del grupo. El terapeuta repetidamente interpretaba ese deseo de actuar y les advertía esta eventualidad. Pero a pesar de estas precauciones pronto se descubrió que la amistad entre S y F estaba basada en el intercambio de información confidencial de recientes flirteos con hombres casados.
Cuando las otras pacientes se enteraron, se despertó su curiosidad. Querían saber más detalles ¿Qué tan lejos habían llegado? ¿Qué les impedía llegar más lejos aún? Se desató un juego anheloso de información halagadora por parte de S y F y la avidez del grupo parecía actuar como aguijón sobre ellas para que se arriesgaran en actos más y más atrevidos.
He aquí una sesión de esta etapa:
A: Me gustaría saber qué está pensando F.
F: Debería tener mucho que decir.
S: Deberías… por o que me dijiste.
F: (a S sonriendo) Estate quieta.
A: (a F) ¿Saliste con ese hombre?
F: No.
A: ¿Por qué no?
F: El cambió de idea.
S: Pero me dijiste que te invitó a salir.
F: Sí, pero me negué, siempre me pasa igual, me hecho para atrás.
S: Pero estás mal. Me dijiste que no puedes dormir.
F: (riendo) Ya no digo nada. Hoy no… no, no voy a hablar.
S: ¿Qué pasó hoy?
F: Nada, quiero salir con él, pero no puedo..
A: Porque es casado.
F: No (volteando hacia S) Anda, habla tú.
S: (después de dudar) Yo sigo con mi novio. Quiso que fuéramos a un hotel.
F: Y ahora estás en un brete.
Al final de la sesión el terapeuta reiteró que estos intentos eróticos eran reacciones neuróticas a la inhabilidad del grupo de tener discusiones francas y que tales reacciones probablemente impedían su avance terapéutico.
S actúa como emisario sustituto
Los intentos del terapeuta de establecer un ambiente favorable fueron infructuosos. La escena estaba lista y los actores determinados.
Tres semanas después de la sesión anteriormente citada, S sucumbió a la tentación y tuvo un coito. En la siguiente sesión estaba muy molesta y rehusaba intervenir en la discusión. Simplemente le pidió una sesión privada al terapeuta a quien confesó lo que había pasado. Tenía miedo del embarazo y se sentía culpable de haberles fallado, tanto al grupo como al Dr. Se le pidió informar al grupo para poder discutir las razones de su acting- out.
En la siguiente sesión S estaba aun extremadamente agitada. El grupo intentó varias veces hacerla hablar. Pero fue después de la intervención del terapeuta en a que la alentó, que ella pudo juntar el valor suficiente para hacer una confesión pública.
S: Me avergüenzo de mí misma. No puedo hablar. Puedo hablarles a F y a D pero no a las demás.
A: ¿Fue por algo que pasó durante el fin de semana?
S: Sí. Fue una compulsión, lo debería haber hecho si estuviera casada.
A: ¿Tuviste un coito?
S: (asiente con la cabeza, luego se disculpa por haberle fallado al grupo y haberse acostado con un hombre al que no ama).
A: Yo siempre creí que S lo haría.
El grupo no ocultó su reprobación. Condenaron a S y también culparon a F su amiga, porque ella también andaba con un casado.
La censura del grupo molestó a S. Cambió su remordimiento por una explosión de agresividad. Ella sólo había hecho lo que otras no se atrevían ni a hablar. Y no sentía peor por haberlo hecho. Al contrario, todos sus síntomas habían desaparecido. Esta actitud desafiante de S y la negación de la culpa apareció en la siguiente sesión.
F: (le pregunta) ¿Todavía te molesta tu conciencia?
S: ¿Qué quieres decir?
F: Tu conciencia culpable por lo del fin de semana.
S: Sólo temo tener un hijo.
A: ¿Han vuelto tus síntomas?
S: Curiosamente no.
Para sorpresa de todos afirmó que se sentía muy bien consigo misma. Cuando el grupo trató de poner en claro la razón de esta peculiar satisfacción consigo misma, S dio una explicación incongruente pero que tenía la clave de sus actos. Le dijo al grupo que durante la semana, las enfermeras habían recibido en su sala instrucciones de vendaje y le habían pedido que les sirviera de modelo lo cual le dio mucha satisfacción de ser útil a otros. En esa ocasión no tuvo problemas de lengua trabada.
En la semana despajé e esta sesión S tuvo su menstruación: Desapareció el temor al embarazo aunque sintió una desilusión y todos sus síntomas neuróticos reaparecieron. Expresó esta paradoja diciendo: “Debería sentirme aliviada, siento que he perdido algo”.
En sesiones subsecuentes S bajó su nivel de agresividad. La tensión de las pacientes disminuyó. Estaba claro que S no sólo había servido de modelo de las enfermeras sino también al grupo quienes vicariamente vieron en S sus deseos sexuales inhibidos.
La actuación de chivo emisario de S demostró tener resultados benéficos para el grupo. La división entre antagonistas se había borrado aunque sólo fuera en parte, y las pacientes pudieron discutir tópicos sexuales con libertad, candor e interés.
Hablaron de sus temores a la desnudez, al parto, a amamantar, masturbarse y aún sobre sus fantasías sobre la relación sexual de los padres.
El apremio ejercido contra S de aventurarse a tener relaciones sexuales fuera del grupo había desaparecido. Las tensiones libidinales del grupo encontraron su salida más adecuada en discusiones grupales y la tendencia al acting fue menos perturbadora en sesiones subsecuentes.
Discusiones de los sucesos del grupo
Antes de discutir la génesis del fenómeno del chivo emisario que presentó este grupo parece aconsejable destacar las características de grupos terapéuticos psicoanalíticamente orientados. Estos grupos tienen una tarea singular que los diferencia de otros grupos sociales. Se pide a los paciente que hablen con franqueza de sus miedos y emociones personales que no pueden ser tratados en otros ambientes. La psicoterapia individual tiene, por cierto, una tarea similar de revisión de asuntos personales, pero en ese caso tiene lugar en un encuadre muy privado y confidencial. Por el contrario, en el grupo terapéutico estas confesiones se hace públicamente, no sólo frente al terapeuta sino también a la audiencia constituida por el grupo.
En el curso del tratamiento de grupo la resistencia contra estas confidencias pasa por un cambio gradual aunque significativo. Al principio del tratamiento los pacientes tienen que sobreponerse al desagrado que les causa hablar esas intimidades en una situación semi- pública, estos datos tienen su origen e importancia en el pasado y presente del paciente fuera del grupo.
Al avanzar el tratamiento y a medida que los pacientes desarrollan lazos interpersonales en el grupo, se manifiesta una nueva m0odalidad de resistencia a revelar datos íntimos. Se vuelve cada vez más difícil y desconcertante mostrar respuestas emocionales porque la revelación debe hacerse a las mismas personas que despiertan las emociones y se han vuelto parte de ellas. Al removerse estos conflictos pueden no darse cuenta de ello y manifestarse sólo al agravarse los síntomas o presentarse otros síntomas neuróticos. Este resultado es análogo al fenómeno bien conocido en psicoanálisis individual en la que la neurosis se convierte en neurosis de transferencia con las resistencias transferenciales que llevan consigo. En terapia de grupo, sin embargo, no sólo es la relación con el terapeuta lo que causa esta reacción sino también la relación con los miembros del grupo.
En esta etapa cuando las interacciones en el grupo han adquirido fuerte significado subjetivo en la mente de los participantes, que aparecen sucesos comparables a la vida en la comunidad. El grupo puede entonces reflejar en miniatura algunas de las corrientes sociales y políticas que agitan la vida de las sociedades humanas.
La cercanía de la observación y el candor y franqueza que se da en este medio terapéutico nos proporciona una oportunidad de observar y evaluar estas actitudes sociales de una manera que no sería posible en otros encuadres sociales.
Las primeras manifestaciones del fenómeno del chivo emisario que observamos en nuestro grupo hicieron su aparición en un momento en que las pacientes se sentían inquietas por la reacción de transferencia con el terapeuta y se resistían a revelarla.
En la resistencia común a la tarea de revelar los sentimientos, primero atacaron un chivo emisario imaginario, la imagen macho sexualmente dominante. Pero este intento de resolución del problema del tipo de chivo expiatorio para su seguridad emocional duró corto tiempo. Las pacientes no podían dejar de darse cuenta que el verdadero culpable en esa situación difícil era el terapeuta. Pero carecían de la temeridad para rebelarse abiertamente contra él pues dependían de su autoridad y guía.
Sólo una caricatura de sus verdaderos sentimientos se revelaba cuando decían que su presencia era indeseada. En unas etapas posteriores hubo incidentes ocasionales cuando lograron ser más abiertas y verbalizar sus sentimientos negativos hacia el terapeuta. Pero carecían de la temeridad para rebelarse abiertamente contra él pues dependían de su autoridad y guía.
Sólo una caricatura de sus verdaderos sentimientos se revelaba cuando decían que su presencia era indeseada. En unas etapas posteriores hubo incidentes ocasionales cuando lograron ser más abiertas y verbalizar sus sentimientos negativos hacia el terapeuta.
En estas ocasiones lo trataban como chivo emisario a quien culpar por inquietarlas al hacerles ver sus conflictos sexuales que ellas trataban de ocultar y negar. La sincera y franca discusión sobre la transferencia positiva o negativa hacia el terapeuta presupone una confianza en la unidad del grupo y el apoyo de los miembros, y esta unidad grupal sólo se lograba ocasionalmente.
Teóricamente, hay cuatro métodos principales de reducir las tensiones libidinales que eran accesibles a las pacientes:
1) Podían emplear mecanismos de defensa represivos y aliados para escapar al darse cuenta de sus conflictos emocionales. Esta es una solución esencialmente neurótica y tiende a agravar los síntomas.
También refuerza la búsqueda de chivos emisarios, quienes se pueden convertir en blancos para proyectar la culpa inconsciente. Los pacientes con predisposición en esta dirección pueden reaccionar en alguna de estas formas:
- Pueden culpar al terapeuta por su método de conducir el tratamiento.
- Pueden acusar a miembros líderes de introducir temas perturbadores e irrelevantes en la discusión.
- Pueden condenar como inmorales a los miembros que tengan mayor facilidad de relatar problemas sexuales.
- Pueden tentar o animar a otros a cometer actos sexuales ilícitos para atacarlos con indignación.
2) Los conflictos libidinales pueden ser parcialmente aceptados pero no revelados al grupo. Bajo estas circunstancias los pacientes pueden entregarse a experiencias eróticas fuera del grupo para ver hasta dónde pueden sobreponerse a sus obstáculos emocionales. Este acting- out puede llevar a consecuencias desagradables pero constituye en sí una forma de confesión al grupo aún cuando sea en forma disfrazada y no verbal. A esa categoría pertenece la conducta de D, la líder del grupo quien se embarazó en el transcurso del tratamiento y en el comportamiento de S y F quienes flirtearon con hombres. Los sentimientos de culpa que así se despiertan puede llevar a una exacerbación de los síntomas neuróticos y a tratar de descargar la culpa en un chivo emisario, ya sea en todo el grupo o en algún miembro estigmatizado.
3) Los conflictos libidinales pueden ser discutidos libremente pero sin que se indique que el grupo y sus miembros han sido el instrumento que activa los conflictos, y que a su vez se han visto mezclados en los mismos. El ejemplo más obvio de este mecanismo de defensa es la resistencia conciente a mostrar los sentimientos eróticos por el terapeuta. Pero existe una resistencia igualmente fuerte a revelar estos sentimientos eróticos por el terapeuta. Pero existe una resistencia igualmente fuerte a revelar estos sentimientos hacia los compañeros del grupo. Esto se demostró en un experimento en grupo que uno de nosotros realizó. La amalgama de grupos femeninos y masculinos después de meses de tratamiento por separado lleva a un considerable aumento en la discusión de temas relacionados con la homosexualidad.
Esto fue interpretado como la liberación de motivaciones reprimidas en la atmósfera homoerótica de grupos de un sólo sexo, pero pudo expresarse abiertamente cuando el medio libidinal fue cambiado y donde conflictos heterosexuales alternativamente, aparecieron signos de que los miembros líderes eran tratados como chivos emisarios. Estos sujetos se habían angustiado por sus miedos y conflictos homosexuales y sus compañeros se habían unido para rebajarlos con comentarios sarcásticos.
4) El método ideal para reducir el conflicto libidinal en un grupo terapéutico es ventilarlos abiertamente sin censurar los hechos pasados o aquellos referidos a la situación presente del grupo. Adoptar este método es lo ideal en la terapia de grupo. Esto es más bien utópico.
Estos cuatro métodos de resolución de tensiones libidinales en terapia de grupos no son utilizados en una forma independiente y exclusiva por los pacientes. Todos ellos se utilizan constantemente en grados variables.
En nuestro grupo había una gran división en los métodos adoptados.
Tres pacientes estaban preparados para reconocer y discutir sus miedos libidinales y sentimientos de culpa de acuerdo a los principios y normas del grupo. Se les puede considerar como la facción legalista, como el ala derecha de un partido político que en la situación única de un grupo psicoterapéutico en contraste con los modelos que rigen nuestra sociedad favorecían un programa de discusiones y confesiones libertinas. Pero estos miembros conservadores tenían un margen pequeño de mayoría de uno sobre la facción opuesta que optaba por una actitud engañosa de ocultamiento de sus propios defectos ante el público del grupo y ante sí mismos. El balance casi equilibrado entre los dos grupos impedía posibilidad de ventilar las tensiones libidinales del grupo. En el ala derecha aparecieron tendencias de resolver sus dificultades emocionales fuera del grupo actuándolas en una suerte de experimentación erótica en vez de traerlas al grupo para adecuarlas y reajustarlas a través de la discusión y bajo la guía del terapeuta. En esta etapa, sin embargo, un falso propósito de unión se estableció en el grupo. Se unieron en un propósito oculto del que apenas se daban cuenta para inducir a un miembro del grupo a vivir y actuar sus deseos eróticos imbuidos estimulados por el tratamiento, pero que no hallaba salida adecuada en las sesiones.
Esta maquinación del grupo de hacer un chivo emisario resultó exitosa.
El miembro más vulnerable sucumbió a la presión de las maniobras del grupo. Realizó un acto sexual ilícito. Pero cuando el grupo censuró, lo enfrentó y expuso la hipocresía de sus compañeras.
La similitud de este episodio del grupo con ceremonias rituales del chivo emisario es notable. En ambos casos se induce a alguien a violar el tabú establecido por una sociedad, que culposamente repudia la atracción inconsciente que despierta el acto tabú. El chivo emisario carga con la culpa de sus compañeros y se convierte en la víctima de la envidia inconsciente. Su castigo absuelve a los compañeros del pecado deseado en secreto.
En nuestro grupo el drama del chivo emisario fue incompleto. El miembro del grupo que jugaría el rol de chivo emisario, si bien aceptó su culpa, negaba el derecho de sus compañeros a culparla e incluso delató el complot de imaginaciones del grupo destinado a convertirla en el blanco de acusaciones proyectadas. Así en vez de purgar la culpa de sus compañeras les obligó a lidiar con sus urgencias libidinales en una forma de búsqueda de sí mismas.
El efecto social del antiguo drama del chivo emisario no fue, sin embargo, limitado a la catarsis de los sentimientos de culpa. Se despertaban otras emociones en los espectadores quienes, aunque no se atrevían a imitar el crimen del chivo emisario eran incitados a seguir sus pasos en parte del camino.
Se permitían expresar por lo menos, algunas de las inhibiciones de la disciplina social y del decoro. El drama del chivo emisario tiene así un efecto seductor en la comunidad y no es por lo tanto sorprendente que las festividades orgiásticas se asociaran frecuentemente con ceremonias del chivo emisario.
La sociedad aprueba en estas ocasiones un grado moderado de actos licenciosos colectivos que varían con a moral de la sociedad. Un proceso semejante de seducción social ha sido observado por F. Redl en algunos grupos de adolescentes que se reúnen alrededor de un personaje central, quien se atreve a cometer actos prohibidos de iniciación y así anima a sus compañeros manos audaces a librarse de algunos de sus miedos inhibitorios. Parece que el episodio del chivo emisario de nuestro grupo, también tuvo un efecto seductor de este tipo.
La resonancia de deseos libidinales despertaba en miembros del grupo pudo, sin embargo, encontrar una salida verbal legítima por ser lo único permitido y aún fomentado, en la situación del grupo terapéutico. El chivo emisario tuvo un efecto liberador en las discusiones grupales, y permitió a los pacientes mostrar muchos de sus conflictos libidinales. La frecuencia de los temas edípicos tocados en ese momento también fue notable, pues podría indicar que el episodio del chivo emisario se inició por los deseos edípicos inconscientes, particularmente en la relación entre pacientes y terapeuta.
El miembro del grupo que vivió el papel del chivo emisario lo hizo no sólo por las presiones ejercidas sobre ella, por sus compañeras, sino también por sus conflictos inconscientes. Pertenecía a esa clase de pacientes socialmente inadaptados que traducen sus fantasías masoquistas en experiencias de su vida. En su pasado había varios episodios en los cuales ella incitaba la desventura al infringir códigos sociales en una forma que la llevaría a sufrir desaprobación y castigo. Mostró el mismo comportamiento en el grupo. Le desagradaba a la mayoría de sus compañeras a quines escandalizaba con revelaciones sexuales innecesarias. Al mismo tiempo disfrutaba de autocompasión por su inferioridad social; hasta llegó a pretender, siendo esto mentira, que no tenía ni un solo pariente en el mundo, que era una huérfana solitaria y abandonada que no le importaba a nadie. Es interesante notar que hemos observado maniobras similares para maquinar un chivo emisario en otro grupo de mujeres. La paciente que se perfiló en este grupo para ocupar el rol de chivo emisario también presentaba el cuadro de una neurosis masoquista caracterológica.
RESUMEN
Se han considerado alguna de las implicaciones psicológicas y sociológicas del fenómeno del chivo emisario. Se ha discutido que la tendencia a encontrar chivos emisarios se da especialmente en individuos rígidos y moralistas inclinados a pasar e el peso de su culpa personal e insatisfacción a otras espaldas. Este método les proporciona no sólo alivio de os sentimientos de culpa, ateto conscientes como inconscientes, sino que también les proporciona oportunidades de gratificaciones narcisísticas y escoptofílicas así como descargas autopunitivas.
Nos hemos referido a estudios recientes sobre actitudes sociales. El tipo de chivo emisario escogido por personas de diferentes actitudes sociales puede variar según su posición conservadora o liberal. Aquellos con actitudes sociales conservadoras o etnocéntricas tienden a atacar a quienes se desvían de los ideales grupales; los liberales tienden a encontrar el chivo emisario entre los guardianes de las tradiciones.
Las condiciones sociales no favorecen igualmente a estos dos tipos. Las tendencias conservadoras hacia la persecución de quienes se desvían, se manifiestan más claramente puesto que concuerdan con los intereses de los guardianes de la ortodoxia. Por otra parte, las tendencias liberales a hacer de los superiores sociales el chivo emisario aunque parece ser igualmente común en las sociedades, en general sólo encuentran expresiones atenuadas puesto que sus implicancias de rebelión despiertan la resistencia de la autoridad establecida.
Las sociedades antiguas proveían ceremonias organizadas para permitir que salieran estos deseos inhibidos para deshacerse de indeseables y para cambiar a aquellos en posiciones privilegiadas. La típica ceremonia era aquella en la cual alguno aceptaba jugar el papel del poder real y de la licencia sexual y cometer sí el crimen ambivalentemente deseado y repudiado por la comunidad, usurpando las prerrogativas del soberano. Se fabricaba así un chivo emisario quien servía de sustituto a los deseos ocultos aunque desconocidos de sus semejantes quien purgaba la culpa secreta y era castigado ostensiblemente como redención del crimen que representaba y de manera encubierta también como el representante burlesco de la autoridad. El aspecto edípico y parricida del drama del chivo emisario se percibía claramente en estas antiguas ceremonias.
La fabricación de chivos emisarios no ha desaparecido en las comunidades modernas, aunque son menos crudas y obvias las maniobras por las cuales algunas personas son empujadas a cometer incorrecciones como sustituto de compañeros intrigantes. Se describió la observación de cómo se elaboró el chivo emisario en grupo terapéutico de mujeres, los miembros de este grupo sufrían síntomas de despersonalización, eran muy tímidas y tenían gran dificultad durante las sesiones de grupo, de hablar de sus conflictos personales especialmente los de índole sexual o sus sentimientos transferenciales hacia el terapeuta. En un intento de resolver sus sentimientos de culpa y angustia utilizaron clandestinamente actitudes para escenificar e drama del chivo emisario. La víctima escogida sólo deseaba hacerlo a medias. Era un miembro del grupo que sufría de neurosis de carácter masoquista y difería de sus compañeras en varios aspectos. Pertenecía a una clase social y cultural inferior y era la única que tenía una historia de aventuras sexuales ilícitas. Al principio del tratamiento estaba tan bloqueada que no podía participar en discusiones; cuando lo hacía, las escandalizaba, relatándoles el material sexual.
Cuando el grupo llegó a un punto muerto causado por su dificultad de verter sus conflictos libremente aparecieron maquinaciones para inducir a la víctima elegida a que viviera una aventura y así actuar vicariamente los deseos ilícitos e inhibidos de sus compañeras. El grupo lo logró y la víctima actuó el papel de chivo emisario. Empezó a flirtear con un hombre casado, casi un desconocido, y el grupo evidenció su placer escoptofílico mediante un notable interés en e avance del affaire. Pero cuando se consumó la relación sexual, el grupo la condenó y descalificó. El chivo emisario, sin embargo aún cuando se sentía muy culpable, les negó a sus compañeras el derecho de culparla y expuso su hipocresía.
Así el “crimen” del chivo emisario no absolvió al grupo de su culpa. Sin embargo, el episodio liberó discusiones grupales e inició una ventilación más benéfica terapéuticamente, de los conflictos libidinales cargados de culpa de las pacientes.
Traducido por Alma Riojas
Revisado por Rocío Antúnez
- Bethlem Royal Hospital y Maudsley Hospital, Londres. ↑